lunes, 17 de febrero de 2014

Por el apego al ordenamiento de la vida

Aunque existen normas reguladoras del crecimiento físico de pueblos y ciudades, sobre todo en localidades como Santo Domingo y Santiago de los Caballeros, se impone admitir la proverbial inclinación del dominicano a ignorar disposiciones de toda índole que, en cambio de tales conductas, de ser observadas las reglas de vida en común, harían posible mejores comportamientos ciudadanos, mejores formas de vida y un más conveniente entorno para el desenvolvimiento de las gentes.

Los dominicanos del ostracismo, aquellos llamados por la necesidad, los estudios u otras razones, a vivir en tierra extraña, conocen ciudades y pueblos en los cuales se encuentran delimitados sin ningún género de dudas, áreas de dominio público, zonas de residencias en cuyo perímetro no se instalan negocios de ninguna índole, lugares destinados a negocios, sitios en los que únicamente pueden montarse empresas fabriles y de transformación de materias primas o lugares de entretenimiento.

No significa cuanto se afirma que no pueden mezclarse unos y otros y un caso típico, de entrañable afecto para miles de nacionales dominicanos, es el de la ciudad de Nueva York, que, en el perímetro de la isla de Manhattan, en muchas de sus grandes y amplias avenidas destinadas al comercio y a oficinas de servicios, cuenta con edificios de departamentos habitados por familias. Ello es normal y está contemplado dentro de las regulaciones urbanísticas de cada uno de los Condados que forman parte de la enorme urbe.
    
Pero dentro del Estado de Nueva York y lejos de la metrópoli de la cual toma nombre el Estado, existen poblaciones en las cuales lo urbano y lo rural se dan la mano y que son sitios sujetos a regulaciones que aseguran el carácter residencial de tranquilos poblados. En la misma ciudad de Nueva York existen áreas de dominio público –y buen ejemplo es el Parque Central-, en las cuales nadie puede instalar edificaciones de tipo permanente para destinar a negocios o vivienda. Y allí no vale que se aleguen penurias, amistad o familiaridad con jefes militares, con dirigentes políticos, con Gobernadores y Alcaldes o con el propio Presidente Federal.
    
Por ello tal vez, porque la ciudadanía en cierta medida se encuentra encuadrada por la tradición de respeto a las normas y las autoridades no patrocinan el desconocimiento de ninguna forma de regulación de la vida, existe un nivel de vida más elevado que en países que, como la República Dominicana, se fomenta, a veces desde las diversas formas de proyección activa y real del Estado Dominicano, la transgresión a toda norma social, a toda reglamentación o regulación de vida y a todas las leyes que han debido ser, desde antaño, reglas para la canalización del orden urbano y rural.
    
Bien hará un gobierno y alguna vez un gobernante que, sin recurrir a medidas draconianas, sino con escrupulosas formas apegadas al respeto de la persona humana, enseñe al dominicano a tener orden en su propia casa, orden en el lugar en que nace y crece, orden en el pueblo o ciudad de convivencia social y respeto para aquello que le es ajeno y para todo lo propio de la colectividad.

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