lunes, 29 de diciembre de 2014
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Su Santidad el Papa Francisco ha enfocado a lo largo de su pontificado, un tópico de gran profundidad, aunque popularizado de tal manera que lejos de aparentar complejidad teológica, procura la identificación absoluta del ser humano con ese ser eterno, omnipotente y omnisciente al que se glorifica, aunque con un dejo de lejanía, que determina en ocasiones un cierto descreimiento y, en casos extremos, hasta ateísmo.
En la liturgia eucarística de la Noche Buena le ha dado la vuelta de tuerca a ese llamado que ha venido configurando, al pedir a los creyentes que se dejen querer por Dios. ¡Qué se dejen querer! No siempre el ser humano permite que se le quiera. Ni siquiera en la mutua relación de seres vivos y tangibles, se genera el fenómeno de dejarse amar a plenitud, pues los pecados capitales se levantan como valladares, para impedir que el amor florezca con la fuerza suficiente para “dejarse querer”.
El Creador tiene maneras diversas para acercarse a sus criaturas predilectas; los llama con fulgores de su Santo Espíritu, enviado a despertar ideas y, sobre todo, el entendimiento de lo que es la creación y de lo que es el ser humano. ¡Vano intento de Dios! Cuando tal presencia se manifiesta, la soberbia se levanta. ¡Eso no es ciencia! ¡Esa presencia no es explicable! Y no deja el ser humano que Dios se manifieste con su amor. ¡Porque no es, esta cerril criatura, capaz de dejarse querer!
La breve homilía papal, pronunciada en la tradicional Misa del Gallo, todavía resuena y puede encontrarse en los archivos digitales que ahora revolotean por doquier. Antes de culminar el año 2014, tal vez deba el ser humano, creyente o no, volver a esas palabras y despojándose de los pecados capitales –porque de otro modo no entenderá el amor de Dios-, debe acogerlas para dejarse querer por Dios.
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