miércoles, 9 de abril de 2014

Unos traguitos frente al cadáver del amigo

Venecia JoaquínPor Venecia Joaquín.--El día del funeral del hermano de  Juaka, fui a acompañarlo en tan triste ocasión. Llegué a las dos de la tarde. Pocas personas estaban en la funeraria. En un salón con aire acondicionado, estaba el sencillo ataúd. Cinco hombres de aspectos muy humildes, estaban sentados a su alrededor. Delgados, como de unos cincuenta años, contemplaban en silencio el cadáver o fijaban la mirada en el suelo. Me detuve un momento en ese lugar.
    
Luego salí y me  senté en el salón de enfrente, a través de cuyos cristales podía observarlos. Los señores estaban ingiriendo bebidas alcohólicas, como decimos en mi campo, a pico de botella. Sin pronunciar  palabras, se la pasaban de mano a mano. Luego, uno de ellos, la ocultaba debajo de su camisa. Sonreí al contemplar la escena. En esa complicidad, había algo encantador. 
    
Le conté a la esposa de Juaka, lo que estaba sucediendo. Ella reaccionó bastante molesta. Muy enojada me dijo, que desde hacía años,  esos eran los amigos de trago del difunto. Que todos los días salían a beber y que por eso su cuñado había terminado sus días, todavía joven y sin un centavo. Agregó que el infarto que terminó con su vida, había  sido producto de “un jumo”, una borrachera,  de cuatro días, bebiendo con esos amigos.
    
En ese momento, volví a mirar hacia el salón. El grupo se disponía  a hacer el mismo recorrido con la botella. No le dije nada a mi amiga pero sentí una intima alegría. Después de conocer esos hechos, encontré hermoso lo que estaba sucediendo. Pensé que eran leales y coherentes. 
    
Acompañaban a su amigo a la última morada, realizando lo que acostumbraban a hacer y  los unía: se tomaban unos traguitos con el. Consideraban deshonestos hacerlo en  otro salón o en sus casas,  cuando siempre se habían dado sus “palitos” juntos. 
    
Mi amiga los tildó de borrachones, vagos, sinvergüenzas, pero yo al observarlos tan quitados de bulla y “ajumaditos”, con la mirada perdida,  acompañando  su amigo sin vida, le encontré cierta fascinación a esta forma de despedirlo.
    
Envolvía  principios, que  respetaban, de amistad, solidaridad, fidelidad, afectos. Pienso que los amigos del hermano de Juaka son  ¡Un amor!. Había que observarles los rostros. No había signo de preocupación por el lugar donde se encontraban  ni por la realidad que tenían frente a sí. Simplemente, rodearon el cadáver del amigo como para incorporarlo a esos brindis, que solían hacer juntos.
    
En esta oportunidad, lo hacían sin pronunciar palabras, hablando con el silencio. Era un homenaje póstumo al amigo que se le iba para siempre. Efectuaban aquello que por tanto tiempo los mantuvo unidos,… tomarse unos traguitos.
    
Luego me enteré, que cuando creían que no los estaban mirando, le salpicaban un poco de ron al cadáver y que estuvieron ahí sentado hasta la hora de llevarlo al camposanto.
    
No me sorprendería saber, que también a escondidas de los familiares, le colocaran una botellita de ron dentro del ataúd y   le pidieran  que la guardara para que cuando todos lleguen, tomárselas  juntos. 

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