jueves, 4 de abril de 2013

EL BUEN POLÍTICO




El político como humano que es tiene sus defectos y virtudes, tanto en lo personal como en la profesión que ejerce. Lo fundamental en él, como en una persona cualquiera, es que la balanza de su mundo interior se encuentre siempre desequilibrada a favor de lo que denominamos virtudes. Por ello, siempre es bueno saber qué cualidades o características positivas debe tener un buen político.
Obviamente éste debe poseer unos ideales que sean la base de esa tarea, de ese esfuerzo, que ha de ayudarle siempre a la toma de decisiones en beneficio de la mayoría de la sociedad, pues “nunca llueve a gusto de todos”. El ex presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, afirma que “un buen político debe tener capacidad de liderazgo moral”, es decir, capacidad de interpretar a la ciudadanía y, al mismo tiempo, capacidad para interpelarla”. Asimismo, Pujol, al referirse al buen político, manifiesta que “tiene la obligación de predicar, aunque se corra el riesgo de hacer el ridículo fácilmente o de molestar a sus votantes”. Para él, predicar significa enfrentarte con su propia gente. Si un político tiene sensibilidad, capacidad de decisión, amor por la política y claridad en las ideas para que éstas se transformen en realidades útiles, fructuosas, para la población que gobierna, podemos decir que esa persona es, políticamente, buena.
Cualquier sociedad, desea tener unos mandatarios que cubran todas las necesidades de ésta para vivir dignamente y con calidad de vida. Los gobernantes deben saber reunir a su alrededor a gente con talento político. El hecho de hacer un excelente reclutamiento de colaboradores es, para un mandatario cualquiera, primordial, pues sólo así podrá éste y su equipo ejecutar todas las decisiones que les demanda el pueblo que rigen. Además, es sumamente necesario que tengan la capacidad de integrar los consejos adecuados y provocar una verdadera preocupación para que todas las personas de la comunidad cumplan sus expectativas más allá de lo que se prometió en campaña.
Los buenos políticos deben tener integridad para hacer frente a los retos que se les vayan presentando, es decir, no basta con llevar a cabo lo que dicen o prometen, sino también tienen el deber de solventar, satisfactoriamente, los nuevos problemas que se le planteen. Del mismo modo, la autodisciplina es indispensable para ellos. Si practican ésta, resistirán los malos impulsos o tentaciones en especial en los ambientes políticos y empresariales, donde la corrupción es el camino fácil para hacer dinero. Asimismo, el buen político debe establecer un alto nivel de credibilidad para aglutinar a la sociedad a su alrededor y poder concretar y alcanzar los objetivos, realistas y viables, establecidos.
La sociedad quiere que sus políticos sean veraces y sensatos, positivos y cercanos a ella. El poder hace a quien lo posee ser estricto, pero ello no debe impedir que, al mismo tiempo, el gobernante sea sumamente humano con los militantes de su mismo partido político, con los que están en la oposición y en general con toda la ciudadanía que, al fin y al cabo, es la que define la victoria y la derrota de los candidatos.
El primer objetivo o misión suprema del buen político, con independencia de la ideología propia de su partido, es lograr una sociedad más justa, dentro y fuera del país, de la comunidad, de la localidad, que gobierna. Evidentemente el ser consciente de que le falta mucho por hacer y que puede aportar mucho más de lo que hasta ahora ha aportado es una premisa que siempre debe tener presente el buen gobernante.
Ante cualquier tipo de diálogo entre dos o más políticos de distintos partidos debe prevalecer la objetividad y la paciencia, la receptividad y el bien común, para que a la hora de la toma de decisiones por ambas partes, después de evaluar disposiciones y propuestas, no se realice ésta a capricho o desde las posiciones divergentes, inflexibles, que hay en cada ideario político con respecto a los contrarios. Ciertamente nadie renuncia a sus ideales, pero ante una toma de acuerdos, entre dos buenos políticos ideológicamente opuestos, nunca deberán ser motivo de distanciamiento las diferencias y prejuicios.
No hay peor muerte para un mandatario, que aquella que le sucede en su vida política. Él sabe perfectamente que un profesional de la política agoniza cuando se aferra a modelos que ya no responden a lo actual; cuando se niega a cambiar y comprender los nuevos problemas que preocupan a gobernantes y gobernados; cuando se cree el impulsor y realizador del cambio y no se da cuenta que la sociedad cambió antes que él.
El buen político sabe que puestos, dirigencias y liderazgos son efímeros; que las estructuras gubernamentales y partidistas deben oxigenarse con nuevos integrantes; que el valor más grande la de política es actuar desde la veracidad y la coherencia, la comprensión y la responsabilidad… La competencia política debe ser un incentivo que obligue y estimule al político a prepararse, a actuar con total honestidad y transparencia; a solventar las cuestiones clave en unión con los demás partidos políticos; a huir de la soberbia que erosiona veloz e irreversiblemente la aprobación ciudadana, de la intransigencia que carcome la posibilidad de gobernar para “todos los ciudadanos”, de la demagogia que sólo conlleva confusión, incredulidad, inquietud…, en definitiva, degeneración democrática, de la nutrición de intrigas que ocasiona el efecto de tirar piedras sobre su propio tejado o de escupir hacia arriba, de los desencuentros y confrontaciones y descalificaciones entre políticos de ideas semejantes u opuestas, pues sólo llevan a cualquier dirigente a una prematura muerte política.
Igualmente el buen político debe ser congruente y estar preparado para estar y para saber cuando ya no estar y retirarse con dignidad. La accesibilidad, es decir, transmitir la sensación de ser una persona abordable; el interés en escuchar, comprender y conocer todas las sugerencias que recibe; el compromiso real en el logro de las metas propuestas, y que cuenta “con todos”; la cordialidad y la amabilidad, el optimismo y la discreción, la firmeza y el dar ejemplo con su conducta personal y política sobre los niveles de esfuerzo exigido a los demás políticos, tengan la ideología que tengan, y a la sociedad… son elementos básicos para ir acrecentando, con total complacencia, la armonía y la productividad en su vida política.

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