viernes, 8 de agosto de 2014

Los incendios forestales, políticos y sociales

Venecia JoaquínPor Venecia Joaquín.-Urge controlar y erradicar los incendios que tenemos. ¡Las llamaradas cubren la nación!. 

El calor es sofocante. No hay forma de contrarrestarlo.  Pone en peligro la salud física y mental de la población. ¿Qué es el calor? Es la sensación que experimenta el cuerpo sometido a  la variación de temperatura,  de los cambios de estado. Generalmente se piensa en el clima,  pero hay otros que al mezclarse con este, son explosivos.          

Lo generan el ambiente político, económico, social y  la conciencia,  de los que llenos  de odio y  ambición sin medida, solo piensan en si mismo y olvidan los demás.

Tenemos  hogueras,  llamaradas, fuegos, incendios, ¡jachos prendidos!, por doquier. No solo forestales, estimulados por altas temperaturas sino otros provocados por el comportamiento de la gente.  Son agobiantes. Padecemos sus causas y efectos. No se  vislumbra la posibilidad de refrescarnos.

 El calor que produce el sol, lo controlamos con facilidad, ya sea  sumergido en las aguas del mar, ríos, duchas, con abanico, aire acondicionado, bebidas refrescantes. Los incendios en la naturaleza, como el del valle de Constanza,  de una u otra, lo apagamos. 

 Los más difíciles de extinguir, son los que  emanan del ambiente político, social y del alma. Tenemos hogueras, por doquier: la soberanía en peligro por la incontrolable inmigración haitiana;  los narcotraficantes apoderándose de las comunidades; el país tomado como plataforma para promover antivalores;  embajadores extranjeros pegándole  fuego a las tradiciones y valores culturales; la sequía, la falta de agua y las presas  en situaciones críticas; la polución afectando la salud, con chikungunya, la agricultura agonizando y las autoridades concentrada en la capital.

 Todas esas llamaradas, arden, calientan el ambiente,  pero la que mas quema, la mas dañina, son tantas familias en  pobreza extrema, tantos jóvenes y niños añorando estudiar, trabajar, comer, mientras lideres políticos arropados de honestos, llegan al poder y en pocos años se convierten en millonarios, con el dinero del pueblo. Estas llamaradas,  destruyen el alma del pueblo. Algunas dejan huellas eternas.                                  

Duele,  la traición y ambición  en la lucha por liderazgo político; las frustraciones que ocasionan aquellos en quienes confiamos para combatir la indigencia y olvidaron su misión: los   aplausos a corruptos; los medios de comunicación, que pierden objetividad a cambio de prebendas; la inseguridad, la delincuencia en las calles.

 Esas ráfagas de fuego, a un pueblo desarmado, hambriento e impotente, producen calor, ira,  mantienen la nación como un infierno, una hoguera, a punto de explotar.  Lanzan esas llamaradas, como si fueran eternos o se llevaran al mas allá, los bienes materiales.

Me imagino como se sienten, los que en medio de estos calores climáticos y sociales, no se atreven a encontrarse con su YO interior. Saben que es un fogón, lleno de fuego, cenizas y humo, que los quema. 

Son tan cobardes que no saben pedir perdón,  viven  enojados consigo mismo, proyectan su frustración a los demás. Parecería que en sus hogares, no disponen de un núcleo refrescante de afectos, de un  manantial de aguas frescas y confianza, que los serene.

Generalmente, arrebatan los poderes  del pueblo, buscando  llenar sus vacíos personales, ansias de grandeza, volando alto para alejar su conciencia de aquellos que explotan o engañan. .

¡Oh, Dios, cuantos fuegos que  deben ser extinguidos!  Comencemos a apagar los que arden en la conciencia, en la familia. Démosle paso, a los que con  choritos de agua limpia,  pretenden refrescar el espíritu,  buscan conectar sus mangueras a  nuestros hogares,  para  abrir las llaves del amor,  justicia social,  coraje, progreso, de acabar con la impunidad. De esta manera, poco a poco, las hogueras desaparecerán.  ¡Confiemos en Dios! Propongámonos  vivir en paz.

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