viernes, 12 de octubre de 2012

La ceguera judicial y los nuevos magnates del poder político dominicano

por: Rafael P. Rodríguez


La justicia es ciega. De ello, salvada la expresión, se reputa.
En esas condiciones hay que guiarla expertamente y así evitar, con el amparo preventivo de esos seres flemáticos y dueños del momento, a los que la sociedad conoce como abogados.
Como saben todos, los juristas resultan piezas de primer orden en la buena marcha de cada proceso judicial por complejo que sea éste.
Su trabajo es esencial para evitar, incluso, que la ciega justicia se desvíe y afecte la buena imagen de los nuevos próceres que tiene el país salidos de las altas finanzas que deja el manejo diestro del poder.
Además, están alerta porque saben que el rumor público, el pueblo, la presión de la opinión popular, suelen pasarse de la raya en su curiosidad y en la manía habitual de ver gente presa.
Su delicada sensibilidad podría salir lastimada en un careo contrastante que evidencie el cambio mágico que tuvo su magra economía y la que, gracias a su poderosa inventiva, tienen ahora.
Para esos fines están los ilustres y bien establecidos bufetes de abogados.
Para que sus clientes predilectos no tengan que verse afectados de esos trastornos y dilates de los obsesivos funcionarios judiciales.
Cualquier gesto de la justicia que se sienta sospechoso de asustar las sacrosantas figuras del poder político cuestionado, intocable como es, salvo para aquellos ciudadanos de a pie que no conocen lo que es el progreso, puede llegar hasta el ámbito prohibido de la palabra “política”.
Y puede aquella gestualidad insensata devenir hasta en “pepeachista”.
Como también es sabido, la palabra política, es una malapalabra aquí y ahora.
Ese trabajo de mover lodos, “indelicadezas”, desvíos de fondos “sundlandeamientos” u otras tristezas sería la peor de las aberraciones, sobre todo si se toma en cuenta el  terror difuso que ello infunde en el ánimo de los honorables juristas, cuya memoria no es perfecta como para recordar que ya la campaña electoral sucumbió hace algo menos de cuatro meses.
Y además, parece irse imponiendo otra realidad política que aspira, sólo  por ahora, a la transparencia.
Como se ve y de acuerdo a los ilustres abogados postulantes, la buena marcha de todo, el ejercicio de los buenos modales, aconseja que lo mejor es el silencio y no tocar las teclas trastornadoras capaces de hundir al funcionario judicial que use  temeridades, aceleramientos u otras disonancias fuera de temporada.
No es tiempo de caza de brujas.
Ello conllevaría a trastornar el  momento en que los ilustres magnates de las contratas fabulosas disfruten de las ganancias obtenidas y que a lo mejor lo que están generando es envidias opositoras.
Para que se vea lo puro que son los políticos dominicanos, dignos de servir de ejemplo en el universo entero, ninguno   guarda  prisión ni siquiera por delitos reconocidos,  demostrados y finalmente  cerrados con siete candados a los fines de no ser recordados y mortificar almas tan  delicadas.
Entonces, si lo habitual es que la gente se refugie bajo la generosa sábana  de la política, aunque haya cometido los peores delitos, ¿para qué afectar tan bellas tradiciones?
UN APUNTE
Las cárceles
Las cárceles dominicanas están atestadas de gente joven, presa preventivamente, arrestadas muchas de ellas en redadas ilegales.
No hay un político ladrón en ninguna celda del país. Los pobres no tienen dinero para   abogados calificados.

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