El papel de la mujer a lo largo de los años, siempre ha sido fundamental para el desarrollo de la sociedad en general, la cantidad de aportes que ellas han realizado en el ámbito de la cultura, la educación, ciencia, tecnología, entre otros; ha sido tan importantes y tan innovadores como los aportes que han realizado algunos hombres.
Pero el papel de la mujer en tiempos anteriores, ha sido más de espectadora que de participadora – en la mayoría de los casos – esto se debía principalmente al poco o nulo acceso que tenían a la educación.
Para empezar este trabajo, me tomé la libertad de tomar tres generaciones de mujeres (abuela, madre e hija) como muestras para poder explicar a grosso modo el patrón de conducta que se evidencia en nuestro país.
Principalmente, están nuestras abuelas, la mayoría de ellas no tenían acceso a una educación, sobre todo aquellas que vivían en el interior del país, ya que su tiempo era esencial para el trabajo y ayudar con el sustento familiar. Otras tuvieron hijos a muy temprana edad y tuvieron que dedicarse a la crianza y al cuidado del hogar, mientras que los hombres trabajaban. Aquellas que tuvieron la oportunidad de educarse, al culminar sus estudios de básica y diversificado no accedían a la universidad por la misma necesidad de las anteriores: criar a sus hijos, cuidar de la familia y del hogar; pero estas mujeres son las que le inculcaban a sus hijos, específicamente a las niñas, cómo lidiar con un buen matrimonio, cuáles son las tareas básicas que toda mujer debe saber para mantener al esposo y que, además debían ir a la escuela y obtener las mismas altas notas que los hermanos.
Estas mujeres que se desarrollaban en este espacio, contaban con mayores capacidades y tenían acceso a ingresar a las universidades o institutos y postergaban la formación de la familia, justo después de “que me gradúe”… éstas mujeres son nuestras madres (bueno, el perfil de la mayoría de ellas). Nuestras madres comenzaron la lucha para compartir el tiempo entre el trabajo, los hijos y el hogar y la gran mayoría de nosotros crecimos observando ese patrón de madre, de mujer y los roles que ella desempeñaba: mi mamá la trabajadora, mi mamá la “administradora” (porque era quien llevaba y controlaba los gastos de la casa), mi mamá la educadora (porque era ella quien me ayudaba con las tareas) en fin, una serie de roles que las madres profesionales cumplían.
De esta segunda generación, se desprende nuestra generación (las hijas) nosotras somos aquellas mujeres que crecimos, bajo ese ambiente de exigencias: “mire mi amor, si yo trabajo, vengo, cocino, arreglo la casa, la ayudo con las tareas, le cambio la comida al perro y todas las cosas que aún me quedan por hacer… usted es capaz de hacer todo lo que se proponga y más, así que no diga que está cansada con veinte años” esta y otras frases emblemáticas son las que escuchamos de nuestras madres; por ello no es tan sorprendente – para ojos de las féminas – que una mujer a los treinta años, tenga una carrera o dos, un postgrado o dos, un doctorado, más una maestría, más un montón de cursos y además, como hobby o porque siempre le ha gustado, ha comenzado a dar clases en una universidad porque tiene la necesidad de compartir sus conocimiento y que, además todo el mundo se de cuenta de lo que ella ha sido capaz de hacer y de que está a la misma altura – o más allá – de cualquier hombrecito que se le atraviese en el camino.
Y es, precisamente en este punto donde caemos en el rol protagónico de la mujer en la sociedad; actualmente la mujer tiene mayor cabida en los distintos roles de la ciudadanía. Recientemente, en el primer Taller Latinoamericano de Periodismo Digital, realizado en Caracas, se evidenció tal hecho, con un panel principal, compuesto por tres profesoras y un profesor (sin incluir los docentes locales).
En Latinoamérica se ha puesto en evidencia el liderazgo femenino desde que en, en el año 1990, Violeta de Chamorro llegara a la presidencia de Nicaragua; hasta la elección más reciente de la argentina, Cristina Fernández de Kirchner en el año 2007. Muchísimas mujeres llegan a ocupar distintos puestos de la administración de un gobierno y llegan a ser piezas claves para afianzar programas educativos, sociales, culturales, entre otros.
Profesora Ligia Labrador
Ahora, usaremos un poco la imaginación y concentrémonos en el lente de la realidad caraqueña, desviemos la mirada y observemos en los distintos estratos sociales de esta ciudad, el rol que las mujeres tienen en cada uno de estos niveles y que cada día se van afianzando y reforzando en las generaciones de mujeres que se están levantando, en aquellas mujeres que representan el 52,6 % de la tasa de actividad laboral en nuestro país (según elInstituto Nacional de Estadística, INE).
Observemos las grandes, medianas y pequeñas empresas, observemos detalladamente el prototipo de “mujer actual”… aquella mujer, que se baja de un carro (claro, ahora la mujer destina una parte de sus ingresos a comprarse un vehículo y ¡lo maneja!), con una edad comprendida entre los cuarenta a cuarenta y cinco años, con una fuerte personalidad, luciendo un buen vestir, unos elegantes tacones, un blackberry en mano y que además, tiene un amplio y respetado currículo en su haber; es, sin duda, la figura de la mujer ejecutiva, aquella que es capaz de todo, de imponer firmeza y carácter ante cualquier situación laboral que se le presente; es aquella que se sienta en una mesa de reuniones con ocho o más hombres, es la única mujer dentro de la línea directiva de un canal de televisión, es la única mujer que ha logrado escalar tan alto dentro de la empresa y que constituye, sin lugar a dudas una parte fundamental en la organización de esta institución. Su temple, el poder de tomar de decisiones, su posición asertiva y su vigorosidad en el trabajo le han permitido ser partícipe de un grupo muy privilegiado en esta organización, sí, en su mayoría hombres, pero es precisamente por esto, es ella quien destaca en esa gran mesa… porque es mujer y su trabajo ha sido tan determinante como cualquier hombre.
Su vida personal no ha sido tan fructífera, aunque tiene un hijo que quiere muchísimo y le ha dado todo lo necesario. Se casó a los 18 años, nunca dejó de estudiar y pronto comenzó a trabajar, quedó embarazada a los 21 años, se divorció a los 22, culminó sus estudios, logró la crianza de su hijo gracias a su madre y nunca pensó en establecer familia porque no consiguió una pareja estable para lograr esta estructura. Actualmente, su hijo tiene 24 años, “es un hombre hecho y derecho, así que no representa ningún tipo de problema para mí. Puedo estar sin novio y estaré tranquila, pero si estoy sin trabajo, me deprimo”afirma ella, “mi trabajo es fundamental, para mí ha tenido mucho peso, una de las razones por las que no quise tener pareja estable es por mi trabajo, como productora de cine y de televisión, invierto muchísimo tiempo viajando, estoy mucho tiempo fuera de casa y yo pongo eso por encima de la pareja…” concluye.
Dentro de este mismo ambiente, se encuentra una mujer casada, con dos hijos hermosos (uno de once y el otro de seis años), refleja entre unos treinta a unos treinta y cinco años, con un título universitario, un postgrado y varios cursos de actualización; pero últimamente se ha sentido subestimada dentro de la empresa, porque cree que sus logros académicos, no han sido suficientes para escalar posiciones dentro de la institución para la que trabaja.
El protagonismo de esta mujer está en su casa, se levanta muy temprano, prepara el desayuno para toda su familia, arregla las luncheras con los almuerzos para todos; luego va al cuarto de sus hijos y despierta a cada uno con un beso en la mejilla; despierta al esposo, él se mete en el baño y se arregla; ella, lleva a los niños al baño para que se cepillen los dientes, luego los viste y los peina, los sienta en la mesa para que desayune; en ese tiempo entra ella al baño, se viste, se arregla y se peina, va a la cocina lava los platos y cubiertos sucios, regresa al cuarto se maquilla; mientras el esposo desde abajo le comienza a tocar la corneta del carro para que agilice su marcha; toma su cartera y sale tan rápido como puede; el esposo la deja en su trabajo, se despide de los niños; realiza gran parte de la faena de ese día; poco antes de la hora del almuerzo, recibe una llamada de la escuela porque el niño más pequeño se siente mal; pide permiso a su jefe – quien le pone mala cara – recoge sus cosas, llama a un taxi y se va; busca al niño en la escuela, aprovecha y pasa por el pediatra (quien le receta un antibiótico) llega a su casa, acuesta al niño, aprovecha que llegó temprano y comienza a arreglar la cena para esa noche y el almuerzo para el día siguiente, prepara las ropas y comienza a ordenar todo lo que “ella no dejó así”, dentro de la casa. Llega su marido con el otro hijo, les da la cena, revisa las tareas, acuesta a sus hijos; chequea por trigésima quinta vez la temperatura del más pequeño; el esposo ya se durmió; ella entra al baño, se unta unas cremas en la cara y el cuerpo; revisa por última vez el cuarto de sus hijos y certifica que ambos estén durmiendo y por fin va a su cama.
Al día siguiente es la misma rutina, pero su hijo sigue con fiebre; decide llamar a su jefe y le anuncia que no podrá asistir al trabajo porque debe llevar a su hijo al pediatra y realizarle algunos exámenes y determinar la causa de tanta fiebre; el jefe apunta: “¡Otra falta!... ¡qué se la va hacer!... ¿primero, la familia, no?... esta bien, nos veremos mañana, pero recuerde traer su justificativo médico”. Ella detecta el tono irónico, pero le responde amablemente: “Gracias Sr. González, nos veremos mañana”.
Ahora bien, bajemos un poco más la mirada y ubiquémonos en aquellas mujeres que vemos trabajando en las calles, desde las ventanas de nuestros autos o dentro de los autobuses; son las trabajadoras informales, las buhoneras, las mercaderes…
Ella no tiene una posición económica estable, no depende de un ingreso fijo; por eso no realiza un mercado quincenal, lleva a su casa diariamente lo que puede comprar con las ganancias que obtuvo ese día, gracias a sus buenos pulmones que le permite gritar en plena avenida del Boulevard de Catia: “todo a 10mil, todo a 10mil”. Por su edad y debido a que no pudo concluir sus estudios, no aspiró y ni aspira a buscar un empleo en una empresa, además asegura: “hasta el peorcito de mis días puedo ganar más de lo que me puede dar un jefecito… además, aquí estoy bien yo soy mi propia jefa, no tengo que pedir permiso a nadie, yo misma pongo mi horario y si no quiero venir… ¡no vengo!”.
A muy grandes rasgos, esta es la realidad de la mayoría de las mujeres venezolanas, el rol protagónico de cada una de ellas desprende acciones, motivaciones, sentimientos, sueños y logros distintos; cada una en su mundo, cada una en su “nivel”. Para unas lo más importante es el trabajo, el poder lograr más que el resto de los hombres que hay a su alrededor; porque ella se propuso a obtener más y demostrar que las mujeres también podemos e incluso, lo hacemos mejor que ellos. Para otras, el logro está en formar una familia, en cuidar del hogar, estar pendiente de los detalles que le proporcionen satisfacción, tranquilidad y protección a sus hijos y a su esposo. Y para otras, con menos recursos, su protagonismo está en salir pa’lante ante cualquier adversidad, demostrarle a la gente, que aunque no se pudo terminar los estudios y no se pudo conseguir un empleo en una respetable organización, puedes salir adelante, puedes usar la imaginación y aprovechar esas oportunidades que ignoramos para poder sustentar tu familia.
Por ello, es que el rol de la mujer en la actualidad es más determinante, más influyente en las generaciones futuras y el protagonismo de éstas es visible y tangible en cualquier aspecto de la humanidad.
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viernes, 30 de noviembre de 2012
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