sábado, 7 de diciembre de 2013

Murió un enviado de Dios

No fue excarcelado por la bondad de los integrantes del régimen de blancos del apartheid; su liberación tampoco fue producto de un acto de justicia de ese régimen de África del Sur. Nelson Mandela traspuso las puertas de su celda, triste y solitario alojamiento de un tercio de siglo, impulsado por los nuevos vientos de la política mundial, avergonzados muchos dirigentes de las grandes potencias, por el sostenimiento de un régimen de minorías racistas en un pueblo de mayorías de negros, como lo es la nación sudafricana.
    
Ya en plena libertad pudo mostrarse enardecido e inclinado a la venganza contra sus antiguos carceleros, pues no era el gobierno sudafricano de los blancos el que lo sacó de prisión, sino una coalición internacional, que preveía una eclosión política y social animada, más que por cuantos sufrían tales vejaciones, por el mismo sistema dedicado a mancillar la dignidad humana, el que en su obcecación despertaba una furia contenida en todo el continente africano.
    
Lejos de clamar por la venganza, Mandela animó la conciliación entre blancos y negros, estimuló la comprensión entre los descendientes de los bandos que en los albores del siglo XX libraron largas y cruentas batallas, que tiñeron planicies enteras, en campos marcados por la sangre derramada en virtud de los odios basados en la discriminación racial. La devoción que despertaba animó a los hombres y mujeres de su raza a deponer sus recelos y procurar que un futuro de avenencias se abriera ante todos los sudafricanos.
    
El propio Mandela, mostrando inusual comportamiento, cuando tres años después de ser excarcelado fue elegido a la Presidencia de la República Sudafricana , siguió los trazos ya marcados a su gente, al requerir a la gran mayoría de los funcionarios blancos que formaron parte del régimen del apartheid, que siguiesen en sus puestos, pues él debía aprender los procesos propios de una función para la cual requería la experiencia ajena.
    
Esos funcionarios no solamente siguieron en sus puestos a lo largo del quinquenio para el cual había sido electo, sino que mantuvo con ellos, hasta mucho después de resignar la posición por el cumplimiento del mandato, las relaciones resultantes del trato de grandes y viejos amigos, lo que movió a admirar en casi todas partes de la Tierra , la grandeza de un ser excepcional, la magnanimidad del hombre de Estado, la bondad del genio político y la trascendencia de un hombre de Dios.
    
Después de aquellos acontecimientos, Nelson Mandela recibió el Premio Nóbel de la Paz que para muchos admiradores del gran jefe africano, fue un homenaje a su noble y grande espíritu, el noble y grande espíritu de un hombre enviado por Dios para trazar caminos por los cuales discurre hoy día la humanidad como un hecho normal, el camino del acercamiento y hasta la integración entre razas que antes guardaron odio entre sí.
 

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