Hay salarios que nunca han compensado si quiera el costo de la alimentación familiar, porque es humanamente imposible alimentar a una familia promedio de cinco personas con un suelo de seis mil pesos. No tenemos que adentrarnos en consideraciones técnicas sobre el caso para refrendar esta afirmación. Basta con mirar el entorno, que también puede ser tu propia realidad.
Otros honorarios posibilitan mayor holgura y permiten el lujo de enviar a un colegio privado a los hijos, pagar algo de diversión, no más allá de un cine en fin de semana o una hamburguesa de domingo. Y así van subiendo en la misma medida que escasean. Aquellos que alcanzan sueldos de privilegio, ejecutivos, gerentes, etc., son cada vez menos.
Y así como vengo escuchando esta historia, también asoman a mis oído la de empresarios que afirman a sus trabajadores lo privilegiados que son de poder contar con un puesto en sus empresas, aun sea con una paga de miseria. Y creo ver aquí una de las razones de la pobreza de nuestros países. Quienes tienen el poder para invertir no alcanzan a comprender la magnitud de su responsabilidad en el juego del capitalismo, base económica sobre la cual se sustenta nuestra nación y que tantas dispensas les ofrece.
La mejor inversión es la inclusión, aquí yo pensando en voz alta. Hablo de la inversión en el trabajador, hacer una paga más justa de manera que tenga mayor capacidad para adquirir bienes y servicios, servidos a su vez por el propio capitalista, cuyas rentas se verán aumentadas. He ahí la diferencia con países desarrollados donde se procura esta fórmula, misma replicada en algunas naciones latinoamericanas con notable éxito.
Justifico el grito de los empresarios cuando se expresan con relación a la carga impositiva, esta es elevada e injusta y un porcentaje importante de la misma solo garantiza los salarios altos del sector público donde cualquier director departamental devenga jornales de decenas de miles de pesos a los que se agregan otros privilegios. Cuente aquí las pensiones a funcionarios con apenas cuatro años en ocupaciones poco rentables, a cantantes, locutores, periodistas, deportistas cuyo mayor mérito fue derrochar en bebentinas el dinero ganado en tus tiempos de gloria.
Un “Ejército” parásito encargado de cuidar las casas de las amantes de los funcionarios, llevarles los hijos al colegio, lavarle los perros, vigilar sus casas de veraneo, mover el carrito de las esposas en el supermercado, y sobre todo extorsionar y hacer mal vivir a los hombres de trabajo. Cosas de la comarca mi querido Juaco, para dejar pasmado al más indiferente de los mortales.
Eso de que en nuestro país no hay salarios bajos, lo dijo la señora con cierto desparpajo, como suelen hacerlo aquellos que nunca han tenido que sacar agua de su casa una tarde de lluvia. No conocen el dolor de la miseria pues eso es cosa que sale en televisión y cuanto puede lograr es sacar un par de “lagrimitas” a veces hipócritas. Pero su perorata es una respuesta a los funcionarios públicos, que alguno de ellos pudo haber conocido la pobreza, pero la ha olvidado en unos pocos años de privilegiado burócrata.
Por eso no he hurgado en sus frías estadísticas y me quedo “diletando” esta tarde de domingo en espera de que mis habituales de los martes me guiñen un ojo. No espero más.
Mientras los responsables del destino de la nación siguen embarrándose en sus miserias en tanto fastidian con j el destino de los ciudadanos.
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