De todas maneras, no pueden las cabezas dejar de pensar en la bondad del Padre que permitió a Jean Claude Duvalier irse tranquilamente, fulminado por un ataque cardíaco sin tener que presentarse ante un tribunal de sus coterráneos para responder por los robos y los crímenes a que sometió a la sociedad haitiano a lo largo de los años en que mantuvieron aherrojados a sus conciudadanos, él y su padre, Francois.
Cierto que en algún instante tras su regreso, pidió perdón por los desmanes propios y de su papá, pero, ¿bastó este acto para lograr el perdón de Dios que le fue concedido si se mide la situación por la forma benigna si se quiere, de su muerte?
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