Por Moisés Estévez.-Fue un genial dramaturgo y periodista irlandés. Perteneciente a una familia de la burguesía protestante irlandesa, que empezó a trabajar desde su adolescencia, por lo que terminó su formación en forma autodidacta. Al separarse sus padres, se fue a vivir a Londres con sus hermanas y su madre, quien impartía clases de música.
Posteriormente, laboró como periodista y crítico de teatro y música para algunos diarios; llegó a publicar varias novelas por entregas, con poco éxito; por lo cual vivió en relativa penuria, ya que sus ingresos eran muy parcos.
Luego de entrar en contacto con la obra de Marx, se convirtió en socialista y formó parte de la denominada Sociedad Fabiana, misma, que contravenía el empleo de sediciosos métodos de transformación social. En el 1898, se casó con una dama irlandesa, de nombre Charlotte Payne-Towshend, quien provenía de una adinerada familia.
Sus labores como crítico de teatro, en el Saturday Review, le otorgaron cierta notoriedad, debido a sus críticas a los modos e ideas del teatro victoriano, y a la defensa del gran teatro del noruego Ibsen; su capacidad como crítico musical se puso así mismo de manifiesto, por medio del análisis del destacado Richard Wagner.
Para este tiempo, enfocó su producción literaria hacia el teatro, género en el que hallaría el mejor proceder para desarrollar sus intenciones críticas y didácticas, mismo, que también le agenciaría sus mayores éxitos. Se inicia en escena, con su obra “Casas de viudos” (1892), la cual reflejaba la influencia de Henrik Ibsen; en ella resulta evidente la intención didáctica que guiaría toda la obra de Shaw, cuyas piezas constituyen siempre, en cierto sentido, “dramas de ideas”, y su finalidad crítica con las hipocresías y las injusticias sociales.
Lo mismo pasa con “La profesión de la señora Warren” (1894), donde el orbe meretricio, le sirve de ocasión para criticar el capitalismo; a pesar de la trama y propósito de ambas obras, el proceso no adopta en ningún momento un tono trágico, sino que el tema y las ideas se componen de un humor ácido e incisivo, mismo que será característico de su extensa obra dramática, y gracias al cual logró atraer a sus piezas a un amplio público, en su mayor parte procedente de los mismos estratos que conformaban el objeto de sus críticas.
En 1905, expuso en “Hombre y Superhombre” su teoría de la humanidad como estadio más avanzado de la evolución de la “vitalidad” hacia formas más espirituales. Vocero de las ideas de grandes pensadores como Nietzsche o Bergson, su representaciones de teatro tenían más éxito en el continente europeo que en su propio país, donde no logró el reconocimiento público hasta la puesta en escena, de “La isla de John Bull” en el 1904.
A menudo se ha considerado, que la mejor comedia de Bernard Shaw es Pigmalión, cuya inicial intención didáctica era la de popularizar la fonética, pero logra convertirse en una aguda crítica al sistema de clases inglés, mediante el experimento del protagonista, Higgins, quien pretende hacer pasar a una florista (Liza Doolittle) por una dama, para lo cual le enseña una correcta dicción y naturalmente, las “buenas maneras”. La perspicacia de los diálogos y el realismo que reina en la mayor parte de sus obras, le otorgaron una gran popularidad, por lo que al final de su vida, extrañamente, se había convertido, en toda una institución del inconformismo y de la extravagancia.
Tras la inclinación humorística de sus obras, sin embargo, asoma siempre una conciencia crítica y un tanto mustia, que se empleó por mucho tiempo como conciencia de sus coetáneos.
miércoles, 1 de octubre de 2014
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