El país y su economía están exhibiendo indicadores que nos dicen que el crecimiento de la economía es vigoroso, situación que nos hace ser uno de los países que registra uno de los niveles más elevados en la tasa de crecimiento económico, al situarse en 5.2%, según lo acaban de confirmar la CEPAL y el Banco Central. Pero ese alto nivel de crecimiento se da en medio de un contexto político y social donde predominan la empobrecida institucionalidad, la impunidad, la corrupción, la desigualdad y la pobreza, el desempleo y la reducción del salario real de los trabajadores, así como la pérdida sistemática del poder adquisitivo de la población. Por eso la población o es indiferente al crecimiento de la economía empresarial que sólo beneficia a la minoría enriquecida, o es incrédula frente a tanta salud económica del país.
En ese contraste entre salud económica y “enfermedad colectiva” de la Nación, se da el vacío del liderazgo nacional, el cual ya no es un trazador de políticas dirigidas a promover el desarrollo y lograr el bienestar de todos, sino que su tarea se concentra en una cotidianidad que responde a los intereses particulares de grupos especiales con los cuales se asocia, en una simbiosis para favorecer la maximización de los beneficios de esos sectores, mediante megaproyectos de inversión que se confunden con iniciativas de desarrollo justificadas con el pretexto de la generación de empleos.
Ese liderazgo así orientado se ha vaciado de la capacidad de interpretar la realidad nacional y de proponer líneas de acción programáticas que respondan a las necesidades de la población en el marco de una estrategia nacional de desarrollo. Por eso cada vez más los problemas nacionales son más graves y el Estado y el sector privado menos capaces de darles solución. Los “operativos” han sustituido las políticas públicas, los planes, programas y proyectos, que deberían ejecutarse mediante una institucionalidad organizada y profesionalizada con sentido de eficiencia, efectividad, oportunidad, factibilidad y licitud moralizadora. La “chapucería” de los “operativos” ha suplantado esas categorías fundamentos propios de la política para el buen manejo de un Estado funcional.
Por esas razones, este nuevo liderazgo sólo se llena de poses mediáticas sustentadas en el crecimiento y estabilidad macroeconómicos, bajo la nueva convicción de que la política es un espectáculo que se agota en la demagogia falsificadora de la realidad. La política a través de ese nuevo liderazgo es convertida en negocios, adoptando las herramientas del mundo de los negocios y abandonando los fundamentos de la política. Ese liderazgo, entonces, no puede, ni tiene la capacidad para ser un intérprete válido de la realidad y por igual carece de la destreza para formular propuestas atractivas y convincentes que entusiasmen a la población que busca solución.
Ese liderazgo no alcanza a desarrollar modelos de interpretación ni modelos de intervención que movilicen y animen a la población. Y por eso la anomia social y la desesperanza definen el ánimo nacional. El país requiere, con urgencia, un liderazgo que separe la política de los negocios.
¡Qué emerja un nuevo liderazgo político democrático!
viernes, 8 de agosto de 2014
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