jueves, 11 de octubre de 2012

De los pobres contribuyentes a los poderosos funcionarios


 por: FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Necesaria o no, la reforma fiscal preparada por el gobierno para hacerle frente al asombroso déficit fiscal de más de 170 mil millones de pesos, provocado por el entusiasmo con que se gastó en la campaña electoral pasada, ha caído sobre las cabezas de los dominicanos como una cubeta de agua helada que amenaza con neumonías devastadoras por la concepción tan fiscalista de sus fines de esquilmarle al ciudadano hasta el último centavo.
 Es verdad que la situación ameritaba  acciones drásticas para frenar el sendero en el cual se había encaminado el país, empujado por un gasto alegre de sociedades desarrolladas, donde el gasto conspicuo por los gustos lujosos es la señal de una opulencia muchas veces marcadas por un lavado muy mal disimulado.
 El país, en los últimos años, ha tenido un sector social que ha vivido en una desesperación por aparentar y mantener un nivel de vida ostentosa, que ni siquiera los ejecutivos de las empresas más rentables, solo  con excepción de obras de construcción sobrevaloradas y en manos de contratistas extranjeros, que sí han sabido  corresponderle a su padrinos políticos criollos y encumbrados funcionarios  de una forma generosa, lo cual ha estimulado a que ese dinero se gaste con mayor rapidez y exhibición.
 De ahí que la anunciada reforma fiscal haya encontrado un valladar de resistencia tan sorprendente, que ningún sector lo acepta ya que se teme que el gobierno se quede corto en sus intenciones de enderezar y corregir muchos entuertos, principalmente  en lo que se considera algo intocable, que es la reducción de la nómina pública. Para hacer potable la reforma fiscal se ha anunciado planes para reducir la nómina pública y a la vez hacerle frente al monstruo intocable hasta hace pocos días de la hipertrofiada nómina de la Cancillería. 
 La reforma fiscal ha sido concebida con la mentalidad clásica de los economistas y burócratas  administrativos,  que idean su tinglado de rescate fiscal sin tomar aspectos fundamentales de la sociedad dominicana, ya que la nuestra no es ni chilena, ni española, ni mejicana  y mucho menos norteamericana; de manera que a la masa social dominicana se le ha pinchado por donde duele, pero todavía hay tantos desafueros para corregir.
Todavía se le pueden cortar los gastos de las lujosas cortes, de los legisladores con sus nominillas y aportes especiales, de los subsidios  a los sindicatos intocables de choferes, a los partidos políticos,  a las instituciones  descentralizadas que son reinos apartes con ingresos comparables a los de un emirato árabe sumergido en petróleo.
Los exagerados niveles de dispendio  del servicio exterior dominicano, que permanecían invulnerables  por los  compromisos políticos, amarrados para el triunfo del PLD, les han llegado su hora de someterse a la realidad.  Y eso era una de las causas del rechazo tan vehemente de la población al paquetazo fiscal que se pretende imponer, mientras existía una permisibilidad en el malgasto de los políticos  que sobresalen  frente a las buenas intenciones del presidente Medina que veía tambalear su plan de adecentamiento  ético, que tan buena impresión causó cuando se dio a conocer al ver de  cómo se iba a frenar el despilfarro de los funcionarios con sus tarjetas, sus vehículos, sus móviles y sus francachelas en los restaurantes de lujo. Quedaríamos  frente al mundo como un país incorregible y destinado a vivir sumergido en la corrupción.
Necesaria o no, la reforma fiscal preparada por el gobierno para hacerle frente al asombroso déficit fiscal de más de 170 mil millones de pesos, provocado por el entusiasmo con que se gastó en la campaña electoral pasada, ha caído sobre las cabezas de los dominicanos como una cubeta de agua helada que amenaza con neumonías devastadoras por la concepción tan fiscalista de sus fines de esquilmarle al ciudadano hasta el último centavo.
 Es verdad que la situación ameritaba  acciones drásticas para frenar el sendero en el cual se había encaminado el país, empujado por un gasto alegre de sociedades desarrolladas, donde el gasto conspicuo por los gustos lujosos es la señal de una opulencia muchas veces marcadas por un lavado muy mal disimulado.
 El país, en los últimos años, ha tenido un sector social que ha vivido en una desesperación por aparentar y mantener un nivel de vida ostentosa, que ni siquiera los ejecutivos de las empresas más rentables, solo  con excepción de obras de construcción sobrevaloradas y en manos de contratistas extranjeros, que sí han sabido  corresponderle a su padrinos políticos criollos y encumbrados funcionarios  de una forma generosa, lo cual ha estimulado a que ese dinero se gaste con mayor rapidez y exhibición.
 De ahí que la anunciada reforma fiscal haya encontrado un valladar de resistencia tan sorprendente, que ningún sector lo acepta ya que se teme que el gobierno se quede corto en sus intenciones de enderezar y corregir muchos entuertos, principalmente  en lo que se considera algo intocable, que es la reducción de la nómina pública. Para hacer potable la reforma fiscal se ha anunciado planes para reducir la nómina pública y a la vez hacerle frente al monstruo intocable hasta hace pocos días de la hipertrofiada nómina de la Cancillería. 
 La reforma fiscal ha sido concebida con la mentalidad clásica de los economistas y burócratas  administrativos,  que idean su tinglado de rescate fiscal sin tomar aspectos fundamentales de la sociedad dominicana, ya que la nuestra no es ni chilena, ni española, ni mejicana  y mucho menos norteamericana; de manera que a la masa social dominicana se le ha pinchado por donde duele, pero todavía hay tantos desafueros para corregir.
Todavía se le pueden cortar los gastos de las lujosas cortes, de los legisladores con sus nominillas y aportes especiales, de los subsidios  a los sindicatos intocables de choferes, a los partidos políticos,  a las instituciones  descentralizadas que son reinos apartes con ingresos comparables a los de un emirato árabe sumergido en petróleo.
Los exagerados niveles de dispendio  del servicio exterior dominicano, que permanecían invulnerables  por los  compromisos políticos, amarrados para el triunfo del PLD, les han llegado su hora de someterse a la realidad.  Y eso era una de las causas del rechazo tan vehemente de la población al paquetazo fiscal que se pretende imponer, mientras existía una permisibilidad en el malgasto de los políticos  que sobresalen  frente a las buenas intenciones del presidente Medina que veía tambalear su plan de adecentamiento  ético, que tan buena impresión causó cuando se dio a conocer al ver de  cómo se iba a frenar el despilfarro de los funcionarios con sus tarjetas, sus vehículos, sus móviles y sus francachelas en los restaurantes de lujo. Quedaríamos  frente al mundo como un país incorregible y destinado a vivir sumergido en la corrupción.




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