En mi práctica de docente acostumbré hacer una presentación el primer día de clases. En esa presentación el estudiante debe incluir su nombre, qué le motiva a estudiar el Derecho, qué busca encontrar en la universidad durante esos años de vida académica y qué quiere hacer después de graduado con esos conocimientos adquiridos.
Las respuestas son múltiples, a veces muy soñadoras, idealistas, entusiastas, ingenuas, otras veces demasiado realistas e interesadas. Las hay que tienen como finalidad impresionar a la audiencia. En fin, cada quien tiene su historia y sus objetivos.
En una ocasión de esas presentaciones un estudiante me preguntó: profesora, quiero saber en qué parte del camino nos perdemos. La inesperada pregunta me sorprendió y me llevó a una reflexión en la cual aún me encuentro.
¿En qué parte del camino pierde un profesional sus sueños, sus principios, sus ideales? Cuándo empieza a venderse al mejor postor y con esa venta, en pública y constante subasta entrega su conciencia?. En qué parte del camino nos hacemos aliados, cómplices silentes o activos de la corrupción, del atropello, de la impunidad? Cuál es el momento en el que nos sumamos a los antivalores que hoy se sientan a nuestro lado y comparten nuestra mesa como dueños, señores, soberanos de estos tiempos de máscaras superpuestas?.
Esa pregunta puede tener muchas puertas de salida. Una de ellas podría ser: cuando la ambición malsana, desenfrenada y desmedida se apropia de nuestro ser. Cuando empiezas a valorarte y a valorar desde la dimensión del tener, del status social, de la acumulación de bienes materiales para ser exhibidos.
Nos perdemos cuando le seguimos el juego al consumismo, ese que es producto del mencionado “capitalismo salvaje” que nos arropa y desgarra.
Hay tantas tentaciones para perdernos en nuestro camino. Tantas batallas titánicas que librar, sin embargo, quiero seguir creyendo y apostando por las salidas que nos ayudan a mantenernos dignos, centrados en nuestros principios y actuando con decencia y respeto en nuestra cotidianidad humana y profesional. Manteniendo ese espíritu de buena voluntad que al igual que ese estudiante, una vez desde cualquier aula universitaria, soñamos con tener.
Espero y deseo que ese estudiante, al igual que nosotros mismos, pueda mantenerse en el camino de la fábrica de sus sueños. En el camino de la construcción positiva de sus metas y anhelos. Que tenga las suficientes agallas y valentía para transitar los caminos sin perder sus principios y su dignidad. Que esté dispuesto a pagar el alto precio de la autenticidad y la decencia tan cotizada y escasa en estos “nuevos tiempos”.
Al final de cuentas, como dice Antonio Machado: “caminante no hay camino, se hace camino al andar….”
La autora es Abogada y Docente Universitaria.
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