martes, 9 de julio de 2013
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Mientras las autoridades se esfuerzan en presentar estadísticas sobre la disminución de la criminalidad, las bandas de criminales, sin ningún miramiento, se elevan y atacan estamentos de la propia autoridad, incluso cercanas al símbolo del Presidente de la República horrorizando a la comunidad. Nadie se salva de la furia de la criminalidad desatada.
Los últimos hechos de la criminalidad contra oficiales de las FF.AA y de la PN del círculo de protección del Presidente, ponen en evidencia la gravedad de un fenómeno que se diversifica desafiante. La sociedad observa impotente como aumenta la inseguridad ciudadana. La vieja idea de la “mano dura” todavía muy socorrida, se manifiesta como una estrategia desfasada e inefectiva. La vida en el país cada vez vale menos frente a criminales desalmados, pero muy armados y entrenados, ahora para vivir de la muerte. La situación es grave y al mismo tiempo preocupante, porque no se ve cómo se ha de enfrentar con éxito la situación. Se ha dispuesto un operativo de seguridad militarizando el patrullaje policial en las calles, sin embargo, los crímenes de oficiales en cadena se han producido por encima de los guardias.
Se ha especulado mucho sobre las causas de la criminalidad asociándola a la pobreza, la desigualdad, el desempleo y la falta de oportunidades. También se señalan los problemas derivados de una policía inadecuada, no bien formada y muy mal pagada.
Asimismo se señala la penetración de las bandas de criminales aún dentro de los estamentos de las FF.AA y la PN, como consecuencia de los bajos salarios, lo que hace más difícil la solución del problema.
A esos factores, se le añade la debilidad institucional y la descomposición social que han vaciado de valores y de normas de respeto la conciencia de los propios ciudadanos. Un factor determinante está dado por la emergencia en la conducción de la Nación de la nueva clase política gobernante, la cual ha ocupado los puestos de mando dentro del Estado con la motivación central de aprovecharlos para hacer buenos negocios y así ascender económica y socialmente, hasta llegar a ser parte de las nuevas oligarquías gobernantes.
Corrupción e impunidad
De esa forma la autoridad perdió su funcionalidad como gestora del desarrollo y sostenedora del orden público. La Función Pública se ha privatizado y lo principal es hacer desde ella buenos negocios, relegando la responsabilidad pública de los cargos. Por eso la delincuencia se derrama desde la cúpula dirigencial del propio Estado. La violación a las leyes se hace la norma habitual de la propia autoridad, la que se encarga de crear un clima general delictivo y de impunidad. Nadie controla la delincuencia y la Justicia pasa a ser garante de la impunidad de las autoridades delictivas. En consecuencia, la delincuencia política propicia la criminalidad y la inseguridad ciudadana.
Por esas razones, enfrentar la criminalidad y la delincuencia en el país ha de pasar por el combate a la corrupción y la impunidad entronizadas por la propia clase gobernante.
¡Comencemos, pues, por respetar la licitud desde arriba!
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