viernes, 12 de julio de 2013

Indolentes sociales

Josefina Almánzar.-

A medida que observo nuestros comportamientos hacia fuera, en la cotidianidad, descubro que los mismos tienen una tendencia hacia la indolencia.
     
Hemos llegado al nivel de importarnos muy poco, por no decir nada, lo que pasa en nuestro entorno social.
     
Cada quien se ha protegido en su burbuja de cristal, de protección para resolver sus situaciones cotidianas,  para buscar su beneficio y bienestar individual.  El exilio interior, como se le ha dado por llamar, es  muchas veces inducido por las altas esferas  políticas y económicas cuyos mensajes y actuaciones nos llaman a que cada quien tiene que buscársela y salvarse como pueda.
     
Una vez un individuo de nuestra sociedad entiende e integra ese mensaje se convierte en un indolente social.  Recibe un mandato especial para buscar mecanismos de autoprotección y sobrevivencia.
     
Es por ello que inducido por la desprotección y arrastrado por el individualismo estructural del medio se convierte en un indolente.  Ya no le importa, por poner un ejemplo,  ver a los niños y a las niñas que deambulan por las calles en los semáforos pidiendo para comer, como tampoco contemplar a jóvenes drogados con cemento o cualquier otra droga y en cuyos rostros se refleja el desamparo y la desesperanza.
     
Mientras estamos aparentemente protegidos no vemos el trasfondo de esa vida errante. Estamos ajenos a la violencia emocional, física, sexual, psicológica que se da en ese inframundo, al cual le cerramos las puertas y nos convertimos en ciegos para seguir nuestros caminos.
    
 La indolencia social pare de forma inevitable la indiferencia y la apatía, terminando la comodidad y la sumisión por constituirse en los modelos conductuales predilectos.  Se mutila una sociedad inerte cuyos gobernantes han mostrado en sus diversos momentos históricos una máscara del progreso, del bienestar, el espejismo del lujo, el manejo del derroche, mientras se oculta el verdadero rostro en el cual la gran mayoría de la población continúa durmiendo con el estómago vacío, siguen con sus pies descalzos, con un desamparo en el alma.
     
Lo más triste y penoso de todo es que esta indolencia no solo es un proceder de nuestra sociedad. Ella cruza las fronteras, trasciende los mares y se aloja en los corazones de los ciudadanos y ciudadanas del mundo.  Es por ello que nuestros periódicos están llenos de noticias violentas,  llenos de negatividad.
     
El humano actual tiene que revisarse muy profundo, hasta que le duela. Hasta que comprenda que “no somos islas, somos continentes”.  Que nuestro accionar a todo los niveles influye en el colectivo.  Que si seguimos manejándonos en nuestra indiferencia, en nuestra indolencia  nuestra humanidad va a perecer. Deberá entender, aún dentro de las más absoluta irracionalidad del yoismo, que estamos compartiendo un cielo, una tierra y un futuro común.del 
 
La autora es Abogada y Docente Universitaria.

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