lunes, 23 de diciembre de 2013

¿POR QUÉ AHORA?

La propia vocero de los dos hijos del inmortal Manuel Aurelio Tavárez Justo y de Minerva Mirabal, y vocero además de un grupo de asociaciones vinculadas al propósito de que se haga justicia, la Diputada al Congreso Nacional, Minou Tavárez Mirabal, se planteó dos interrogantes relacionadas con la incoación de un proceso contra el general retirado Ramiro Matos González y otros oficiales militares dominicanos, que, a no dudarlo, retratan a los dominicanos.
    
La primera de esas interrogantes se concentra en el título de esta opinión editorial; la otra reclama a la latente y tal vez adormecida voluntad social del país, por qué ha debido esperarse medio siglo para procurar que se ventile en los tribunales, el trágico desenlace del levantamiento de las Manaclas, encabezado en 1963 contra el gobierno de facto que sucedió al gobierno constitucional del Presidente Juan Bosch, derrocado el 25 de septiembre di dicho año.
    
¿Por qué se esperó medio siglo? como interrogante, tiene como contrapartida la pregunta, ¿por qué ese proceso no fue iniciado antes? Una y otra de ambas cuestiones se encuentran definitivamente vinculadas al secular modo de ser de los dominicanos.
    
Hasta ahora en que Minou y su hermano Manuel Enrique, con el endoso moral de organizaciones sin fines de lucro que respaldan la decisión de los descendientes sanguíneos y jurídicos de la pareja Tavárez-Mirabal, muchas voces se levantaron para hacer historia de aquellos sucesos, muchos gritaron contra lo que se afirma fueron fusilamientos de los levantados en las Manaclas y muchos mostraron solidaridad por Manolo y los copartícipes en ese intento de restaurar el gobierno del Profesor Bosch.
    
Por paradójico que parezca, una sola voz se levantó lo suficientemente alto en aquellos instantes, para rebelarse contra la solución política y militar dada al levantamiento y fue la de quien en ese momento encabezaba el régimen de facto y por tanto, ejercía la Presidencia de la República , el Lic. Emilio de los Santos, sencillo y humilde abogado sobre cuyas espaldas se levantaban las sombras de las persecuciones durante la época de Rafael L. Trujillo, y quien había advertido a los estamentos militares que no quería un muerto en las Manaclas; y, al saber del cruento desenlace, abandonó el Poder, en lo que entonces fue un gesto moral que nunca se le ha reconocido.
    
Fuera de esta vertical conducta, fuera de esporádicas protestas o de la historicidad de los sucesos, nadie, nunca, y hasta ahora, procuró la vindicación que ahora se procura, en el cincuentenario de estos hechos que explican el modo de ser de los dominicanos y, tal vez, muy en el fondo, también determinan la secular suerte del país.
    
Lástima, eso debe destacarse ahora, que este reclamo de justicia llega cuando el general Matos González muestra una edad avanzada, cuando muchos de cuantos lo acompañaron en la jornada como representantes del gobierno de turno han desaparecido de entre los vivos y cuando la interrogante primera de Minou, se vuelve un reclamo tardío para cuantos, a lo largo del medio siglo, tomaron la figura de Manolo como bandera propia y no como símbolo de una época de sacrificios y entregas ejemplares para los dominicanos del ayer que fueron sus coterráneos, y del mañana, que son sus descendientes.

Cabe por tanto repetir con Minou, ¿por qué ahora?; y cabe responder que ahora, porque nadie se plantó antes y se prefirió exhibir los sucesos y no pelear, jurídicamente, el desenlace.
 

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