No es raro escuchar y escucharnos decir, que tal o cual persona “es
todo para mí”. Es una forma de expresar lo mucho que amamos a alguien.
Sin embargo, aunque el sentimiento es verdadero, la manera de
manifestarlo es errónea. Es verdad que nada se compara con tener cerca a
la persona amada, aunque solo sea mirándola y escuchándola y más aún si
el encuentro es más cercano, si se tiene la oportunidad de besarla y
acariciarla. No es mentira que representa una inmensa felicidad
compartirlo todo con quien se ama. Eso, en la parte del amor de pareja,
que es el que más nos empeñamos en alcanzar. Pero también los padres
centramos nuestra vida en los hijos. Es común escuchar a una madre decir
que si sus hijos no están bien de salud, ella tampoco lo está. Este es
otro error. Es natural la preocupación por nuestros hijos, pero si estos
se enferman es cuando más nos necesitan firmes, fuertes y alertas para
hacer todo lo necesario por su bienestar.
Recientemente llegó a mis manos una interesante literatura, donde, entre otros temas, leí que cuando ponemos en manos de terceros nuestra estabilidad, seguridad y felicidad, sencillamente le estamos cediendo todo el poder y el control de nuestra existencia a esa persona, que en muchos casos sólo está de paso en nuestra vida. Ese manual describe cómo cediendo el control a otros nos debilitamos, nos anulamos, perdemos nuestro poder. No nacimos para vivir solos en el mundo, cada uno desempeña una función, cada uno es importante, cada persona tiene un objetivo en la vida y aunque existen los amigos, familiares y los amores para compartir con ellos nuestras penas y alegrías y aunque ellos siempre están presentes cuando los necesitamos para ayudarnos a enfrentar situaciones difíciles, es a nosotros mismos a quienes al final corresponde tomar las decisiones. Ellos pueden compartir o simplemente respetar lo que hacemos, pero nunca jamás dejarlos decidir por nosotros. No es que no aceptemos consejos de las personas que sabemos tratarán de ayurdanos, cuando lo necesitamos, es bueno hacerlo, pero sin olvidar que el control de nuestra vida y nuestro poder de decisión está en nosotros, en tí y en mi.
Recientemente llegó a mis manos una interesante literatura, donde, entre otros temas, leí que cuando ponemos en manos de terceros nuestra estabilidad, seguridad y felicidad, sencillamente le estamos cediendo todo el poder y el control de nuestra existencia a esa persona, que en muchos casos sólo está de paso en nuestra vida. Ese manual describe cómo cediendo el control a otros nos debilitamos, nos anulamos, perdemos nuestro poder. No nacimos para vivir solos en el mundo, cada uno desempeña una función, cada uno es importante, cada persona tiene un objetivo en la vida y aunque existen los amigos, familiares y los amores para compartir con ellos nuestras penas y alegrías y aunque ellos siempre están presentes cuando los necesitamos para ayudarnos a enfrentar situaciones difíciles, es a nosotros mismos a quienes al final corresponde tomar las decisiones. Ellos pueden compartir o simplemente respetar lo que hacemos, pero nunca jamás dejarlos decidir por nosotros. No es que no aceptemos consejos de las personas que sabemos tratarán de ayurdanos, cuando lo necesitamos, es bueno hacerlo, pero sin olvidar que el control de nuestra vida y nuestro poder de decisión está en nosotros, en tí y en mi.
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