Amable Aristy Castro es un hombre con suerte. Quizás podría tener un récord en el mundo de los suertudos. Obtiene en una semana dos sentencias favorables en tribunales distintos.
La primera de estas piezas jurídicas lo reintegra al Partido Reformista Social Cristiano de donde fuera lanzado a las calles de manera abrupta y sin contemplaciones. Casi lo veo sacándole la lengua a sus opositores. De pasada levantó una riña entre el secretario general del PRSC, Genao y el teórico reformista, Salazar.
La segunda lo limpia de la acusación de haberse apropiado de dineros ajenos. Con esta disposición Amable jugó tablero. Saltó por encima de auditorías, la Cámara de Cuentas, el Partido, la opinión pública, el procurador Domínguez Brito y llegó a la última fila donde dijo: Yo soy el Rey. San Seacabó.
Los envidiosos tendrán que lamerse las heridas porque él ocupa un lugar preferencial en al ajedrez político. Tiene más enchufes que una regleta, más relacionados que un prestamista, sea por favores políticos o negocios que tiene. Amable es atacado porque se ha levantado sobre sus codos y es multimillonario con su trabajo honrado.
Con el sudor de su frente. Que nadie piense que lo favorecen creyendo que como senador que es podría entrar en componendas en el futuro. Nada de eso.
Los jueces no buscaron favores estratégicos. Que nadie piense que hubo señas desde banco.
Ocurre que Amable Aristy Castro es un prohombre cuyas siglas en algún momento estarán adornando alguna vía pública de Higüey. Es un ejemplo para las futuras generaciones de políticos. Es líder formado que sabe batirse sin ruido. Ata silenciosamente. Desgasta y sopla. Hay que contar con su sordina.
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