Entramos de lleno en la celebración de la Semana Santa, asueto propio para el descanso y la reflexión. En este orden, nuestro Arzobispo, Mons. De la Rosa y Carpio ha hecho un llamado a los “Judas y Pilatos” dominicanos para que reflexionen y vuelvan sus miradas a Jesús, especialmente en estos tiempos de la Semana Mayor, a fin de que reorienten sus pasos.
Como tiempo de reflexión cristiana y moral, es pertinente que los cristianos creyentes rememoren el ejemplo de Cristo, quien con su sacrificio y resurrección enseñó a los humanos el camino para la vida eterna, cuyas señales están contenidas en el decálogo bíblico que contiene los mandamientos que armonizan las relaciones con el prójimo y con Dios.
También es propicia la ocasión, para que a nivel terrenal y social, reflexionemos sobre tantos problemas que abaten a la gente y a las naciones, los cuales se manifiestan en la injusticia que enriquece a una minoría y empobrece a una mayoría que languidece, y de la cual injusticia se derivan tantos males que laceran la vida de tantas personas, que en el caso dominicano se expresan en la situación de la delincuencia y la criminalidad que mantiene en zozobra a la ciudadanía; la falta de oportunidades y de empleo que afecta a muchos, en especial la juventud carente de esperanza; los precarios servicios públicos de educación y salud que impiden una vida humana de calidad; la incapacidad de los órganos del Estado para promover mejores condiciones para el desarrollo; y la tendencia de los gobernantes a la dilapidación de los recursos, la corrupción y la ostentación, fomentando con ello todo un clima de violencia y de irresponsabilidad generalizada, así como de caos y desorden.
Todos esos males combinados crean la percepción de que la vida humana sencilla y de calidad es cada vez más difícil e imposible, a consecuencia de unos modelos económicos e institucionales que condenan a las sociedades a un orden cargado de esas injusticias, donde sólo una minoría hecha indolente e indiferente monopoliza para sí las condiciones para “bien” vivir, mientras se le niega a las mayorías las mínimas condiciones para sobrevivir.
Por eso se hace urgente, pero sobre todo importante, que reflexionemos sobre esa realidad, sobre los modelos económicos e institucionales que las cúpulas económicas y políticas de los pueblos vienen aplicando, hasta ahora con tan lamentables y peligrosos resultados, donde no sólo corre peligro la vida humana, sino también la del propio planeta.
Como tiempo de reflexión cristiana y moral, es pertinente que los cristianos creyentes rememoren el ejemplo de Cristo, quien con su sacrificio y resurrección enseñó a los humanos el camino para la vida eterna, cuyas señales están contenidas en el decálogo bíblico que contiene los mandamientos que armonizan las relaciones con el prójimo y con Dios.
También es propicia la ocasión, para que a nivel terrenal y social, reflexionemos sobre tantos problemas que abaten a la gente y a las naciones, los cuales se manifiestan en la injusticia que enriquece a una minoría y empobrece a una mayoría que languidece, y de la cual injusticia se derivan tantos males que laceran la vida de tantas personas, que en el caso dominicano se expresan en la situación de la delincuencia y la criminalidad que mantiene en zozobra a la ciudadanía; la falta de oportunidades y de empleo que afecta a muchos, en especial la juventud carente de esperanza; los precarios servicios públicos de educación y salud que impiden una vida humana de calidad; la incapacidad de los órganos del Estado para promover mejores condiciones para el desarrollo; y la tendencia de los gobernantes a la dilapidación de los recursos, la corrupción y la ostentación, fomentando con ello todo un clima de violencia y de irresponsabilidad generalizada, así como de caos y desorden.
Todos esos males combinados crean la percepción de que la vida humana sencilla y de calidad es cada vez más difícil e imposible, a consecuencia de unos modelos económicos e institucionales que condenan a las sociedades a un orden cargado de esas injusticias, donde sólo una minoría hecha indolente e indiferente monopoliza para sí las condiciones para “bien” vivir, mientras se le niega a las mayorías las mínimas condiciones para sobrevivir.
Por eso se hace urgente, pero sobre todo importante, que reflexionemos sobre esa realidad, sobre los modelos económicos e institucionales que las cúpulas económicas y políticas de los pueblos vienen aplicando, hasta ahora con tan lamentables y peligrosos resultados, donde no sólo corre peligro la vida humana, sino también la del propio planeta.
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