miércoles, 13 de marzo de 2013
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En la vida es necesario tener sueños, pues al perseguirlos, avanzamos en su consecución y crecemos como personas.
Nada logra hacer a alguien más feliz en esta vida, que encontrarse con lo que se ha propuesto. Sin sueños, las grandes creaciones de este mundo, sencillamente no existirían. Sin habérselo propuesto, no se hubiesen ingeniado algunas de las más bellas obras de nuestra humanidad, y dentro de éstas, destacan de todo tipo y fin: Literarias (Don Quijote), Avances Científicos (Vacuna contra La Poliomielitis), Construcciones (El Puente Golden Gate en San Francisco, California), Conquistas Sociales (La Revolución Industrial), entre otras.
Los sueños son el combustible para lograr nuestros objetivos. Según sea tu sueño, así será tu obra. Muchas veces también, hemos visto que nuestros sueños se esfuman. En ese caso talvez era el sueño de otro, y no tu verdadero sueño en la vida! Ahora bien, ¿cuándo es en realidad tu sueño? Te diré cuando… Cuando persiste en tu mente, cuando trabajas incansablemente en pos de su realización, cuando no te detienes ante la mirada escéptica de quienes piensan que no lo lograrás, cuando adquieres nuevas fuerzas, cuando estás claro en qué es lo que quieres y cómo vas a conseguirlo, ¡cuándo estás convencido! ¡Cuándo nada ha de detenerte! ¡Cuándo no hay dudas!
El gran maestro del cine latinoamericano, Eliseo Subiela, llegó a referirse a lo siguiente en relación a los sueños y a la vida, “La mente vive creando abismos, que sólo el corazón puede cruzarlos. La vida sin sueños no es nada más que vísceras y miedos, sin sueños no somos más que una bolsa llena de... ¡Quién no sueña, se muere más pronto!”
¡Los sueños son objetivos con alas, que hacen volar nuestra imaginación y redoblar nuestros esfuerzos, hasta lograr aquello, que queremos llegar a ser o aquello que queremos alcanzar! ¡Cada día nace un sueño, cada día se termina un sueño!
Deseo finalizar esta entrega de los sueños, con una reflexión del Pastor German Orrillo:
“Muchos de ustedes recuerdan los sueños de José. De aquel jovencito de diecisiete años que andaba entre sus hermanos con una túnica de colores y al cual ellos, con menosprecio, llamaban "el soñador". José vio en sueños, mientras trabajaba en el campo, cómo los manojos atados de sus hermanos se inclinaban delante del suyo. José vio también la luna, el sol y once estrellas que se inclinaban ante él como una clara alusión a sus padres y sus hermanos. Esto provocó el gran enojo de sus hermanos y la meditación de su padre. José fue un hombre y su sueño. Un hombre y un destino de gloria, vislumbrado desde su juventud. José estaba siendo llamado a grandes cosas y el tiempo se encargaría de manifestar la veracidad de sus visiones. Nosotros, como José, también soñamos. No hay hombre que pueda vivir sin sueños para su vida futura. Tales sueños son el ancla de nuestra esperanza. Ellos van delante de nosotros y nos animan a alcanzarlos. Ahora bien, tenemos sueños de Bendición. Nuestros sueños no son como el de aquéllos que sueñan de sí mismos. No son meras imaginaciones o deseos. Nuestros sueños son sueños del cielo. Inspiraciones que Dios provee a través de su Palabra o por medio de Su Santo Espíritu. Nuestros sueños son promesas, visiones, profecías que el amado Señor nos ha brindado. Son verdaderos y por lo tanto, ¡aleluya! se cumplirán”.
Sólo nos restaría decir: Amén!
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