La soberanía es un hecho, un fenómeno de poder social y político propio del Estado moderno cuya característica principal consiste en mandar y ejecutar el ordenamiento interior del Estado establecido por sus órganos constitutivos cuyos miembros son los representantes de la comunidad total, es decir, de la nación, del pueblo. Al mismo tiempo la soberanía es la manera de delimitar, determinar, reafirmar la independencia de un Estado particular frente a los demás Estados concurrentes en simultaneidad temporal y en yuxtaposición espacial.
Ella es carácter relevante de todo Estado constituido por ser este el único ente de fuerza organizada jurídicamente que se contrapone a cualquier otro ente de fuerza al interior de una sociedad democrática, plural e independiente, sometida voluntariamente al poder del Estado mediante la aceptación de una Carta Constitutiva común. Es frecuente en los Estados democráticos contemporáneos la existencia de grupos de influencia internos como son: sindicatos, partidos políticos, grupos fundamentalistas, iglesia, grandes empresas, ONG”S y otros, que presionan constantemente a fines de obtener concesiones particulares o reivindicaciones sociales a favor de una mayoría indeterminada, difusa e imprecisa; se enfrentan a la fuerza del Estado que les contrapone su poder. La fuerza ejecutoria y coercitiva del Estado: su poder, es siempre superior a la fuerza y poder de los grupos de presión que internamente actúan en pos de sus intereses.
Cuando una fuerza interna iguala o excede el poder del Estado se quebranta la tensión armónica que mantiene en equilibrio los componentes múltiples del todo social, el Estado pierde su capacidad de acción gubernativa y colapsa la comunidad. Ni Grecia ni Roma, mucho menos el Oriente conocieron el concepto de soberanía, sin embargo aquellos reinos e imperios antiguos practicaron el ejercicio del poder político inmediato que el quehacer de dominio y conquista propio del hombre en su existir ordinario, cotidiano exigía. El poder estaba encarnado en el general guerrero, en el rey de turno, en el emperador que conquistaba pueblos y reinos con la fuerza de las armas y su fiel ejército depredador.
Al final de la Edad Media surge la controversia entre el poder del Estado y el poder de la Iglesia, aquí se traba un combate político-religioso sobre quién está subordinado a quién, acerca de dónde radica la superioridad de uno y otro. El absolutismo francés salió vencedor de esta lucha contra el papado que duró unas cuatro centurias. Un escritor de entonces, Juan Bodino es quien por primera vez habla de soberanía interpretando esta como un poder supremo de carácter absoluto que se impone a súbditos y ciudadanos sin restricción. Ese poder todavía indeterminado en su origen ¿De dónde surge? ¿Cuál es su fuente? ¿Quién lo ejerce? Durante el siglo XVIII en las esferas del pensamiento europeo se conceptualizaba el fenómeno de la soberanía desde diferentes puntos de vista y comprensión del momento histórico. La soberanía, consideraban unos, es un poder absoluto atribuido al rey o al emperador. Para otros era el poder absoluto y perpetuo de una República.
Aquellos afirmaban que es un poder que corresponde al Estado identificado en la persona del rey, es la monarquía absoluta de Luis XIV “El Estado soy yo”. Rousseau afirmó que la soberanía es un poder que emana de la voluntad del pueblo y a él pertenece; el pueblo delega este poder en sus mandatarios. El Abate Sieyes identifica la soberanía como un poder de la nación-el concepto de nación es abarcador de la totalidad de una sociedad, diferente del concepto pueblo que es excluyente- la nación delega este poder en sus representantes. La doctrina europea reconoce que el Estado es el sujeto de la soberanía, quien debe ejercer el poder por medio de sus órganos.
La doctrina norteamericana reconoce al pueblo como el soberano quien ejerce su poder a través de sus representantes.
lunes, 28 de octubre de 2013
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