Por Nurys Rivas.-A veces meditamos y nos damos cuenta que el tiempo en su carrera, se ha llevado consigo valores muy preciados y recapacitando sobre las ocurrencias del día a día, llegamos a la conclusión de que hemos malgastado gran parte de nuestra vida persiguiendo sueños que a la postre se derrumban.
En esos momentos de profunda reflexión, advertimos que ya no somos los mismos, son casi siempre las consecuencias de las batallas lidiadas en la ruta que nos toca caminar.
Caminos a veces plagados de fracasos muchos de los cuales van dejando heridas, que aunque creemos curadas, se abren al mínimo contacto con la causa que los motivó, o con situaciones semejantes.
De pronto nos alcanza la noche y al poner la cabeza sobre la almohada, no podemos evitar ir en busca de aquella estrella que solíamos capturar en noches en que nos poseía la ilusión y en alocada caravana, tejíamos historias donde éramos princesas, o príncipes y abordando una carroza, marchábamos en pos de lo que para muchos, se trocó en espejismo, para otros/as en un trauma al comprobar que realidad y fantasía carecen de puntos coincidentes.
Continuamos cavilando y como en una película, divida en blancos, negros y maravillosos azules, rosas o violetas, vemos desfilar lo que ha sido nuestra vida, desde que la edad nos permitió tener conciencia y albergar emociones y recuerdos. Quedamos casi siempre estremecidos del resultado de esa introspección que adentrándose en los pliegues del adentro, pone ante nosotros las más recónditas evocaciones.
Memorias que nos enternecen algunas, otras nos sacuden obligándonos a enjugar las lágrimas o dejarlas correr, otras en cambio nos hacen volver a sentir aquel dolor que por cualquier razón nos marcara.
Lo más lamentable es que la reflexión nos deja algo vacíos, porque de ella deducimos que a los momentos entrañables, sobrepasan aquéllos que nos hieren y vemos de repente que el tiempo ha pasado, que ya nada es igual, que se quiebran los lazos afectivos, que el cordón umbilical simbólico que nos ata a los padres, hermanos, hijos, se torna frágil y muchas veces nos esforzamos tanto en mantener esos nexos, que con la piel despedazada y sangrante por la fuerza empleada, nos damos cuenta de que en la mayoría de los casos, la vida entera, es una utopía.
Nos creemos vivos y ya morimos hace tiempo, estancados en ese trance, en el que nos embarcamos cada día. Extenuados nos vamos a dormir cada noche anhelando descansar, o que la noche vuele, todo depende de las expectativas, muchas veces al abrir los ojos, creemos que nos comeremos el día con nuestro ímpetu, al menos esa fuerza ejerce en nosotros una esperanza.
Pero despertar no siempre significa vivir, es a veces el comienzo de empezar a entender que habitamos una selva, que los animales son los verdaderos seres inteligentes y nosotros, pobres entes engreídos creyéndonos dueños de un mundo que con nuestras obras, hemos convertido en nuestra cárcel.
martes, 12 de noviembre de 2013
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