En su homilía de la misa de las siete de la mañana en Casa Santa Marta, el Papa desenmascaró al «cristiano de doble vida que dice ‘¡Yo soy un benefactor de la Iglesia! Meto la mano en mi bolsillo y hago donativos a la Iglesia’. Pero con la otra mano roba al Estado o a los pobres… ¡roba!». El diagnóstico del Papa es claro: «Es un injusto, y eso es doble vida. Y merece –lo dice Jesús, no lo digo yo- que le aten al cuello una rueda de molino y lo echen al mar. Jesús no habla de perdón aquí».
El obispo de Roma explicó la diferencia, importantísima, entre «pecar y escandalizar». El pecador se reconoce como tal, y por eso recibe el perdón de Dios todas las veces que lo necesite. Sin límites. En cambio, el hipócrita se finge justo y, con eso, provoca escándalo. El Papa recordó que «Jesús dijo ‘¡Ay de quien cause escándalo!’. No habla de pecado sino de escándalo, que es otra cosa».
Una vez más, el Santo Padre reconoció que «pecadores lo somos todos, pero en cambio no podemos ser corruptos». El corrupto «intenta engañar, y donde hay engaño no está el Espíritu de Dios. Esta es la diferencia entre el pecador y el corrupto».
Con toda claridad denunció que «un cristiano que presume de ser cristiano pero no vive como cristiano, es un corrupto. Todos conocemos alguno así… !Y cuánto daño hacen a la Iglesia! Los cristianos corruptos, los sacerdotes corruptos, ¡hacen mucho daño a la Iglesia!».
En realidad son «una podredumbre blanqueada. Eso es la vida del corrupto. Y Jesús no les llamaba ‘pecadores’ sino ‘hipócritas’. A los pecadores, no se cansaba de perdonarles».
Para entender bien las palabras del Papa hay que fijarse siempre en el contexto. No es lo mismo una encíclica o un discurso formal, que una homilía breve, coloquial y sin papeles en una misa para un grupo reducido. Aun así, el mensaje del Papa está claro: al pecador arrepentido hay que perdonarle; al corrupto no. Y todavía menos cuando, hipócritamente, se finge cristiano ejemplar para disimular su robo, su injusticia o su vileza.
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