- Por: Benjamín MorilloQuerido Duarte: En este bicentenario de tu nacimiento, quiero decirte tantas coas. ¡Tantas cosas! Primero, quiero agradecerte por darme una nacionalidad, un País, una patria a la cual amar y servir. Pero, sobre todo, un ejemplo a seguir. Pues, a pesar de haber nacido en una familia acomodada, de la cual recibiste una esmerada educación y un trato amoroso, tú decidiste sacrificarte para construir una Patria libre e independiente de toda potencia extranjera. A veces, me pongo a imaginarme cómo fue ese memorable día de tu nacimiento, aquel enero 26, allá en 1813 cuando tus ojos inocentes vieron la luz de esta bella isla. Imagino a tu padre Juan José Duarte, rico comerciante español, quien llegó aquí quizá con el propósito de volver a su madre patria España; pero el amor lo sorprendió en los ojos de Manuela Diez, una sencilla mujer del Seíbo, una provincia del este y de cuyo vientre naciste tú, mi querido Juan Pablo. Ese día, seguro tu padre estaba tan emocionado: caminaría de aquí para allá y de allá para acá, apurando a la partera para que cuidara de su Manuela y de su Juan Pablo. Imagino que tu nombre lo habían seleccionado desde antes de que fueras concebido. Manuela, por su parte, sentiría su ser enternecido por la maternidad. Su joven corazón de madre daba brincos de alegría al saber que pronto tendría en sus brazos al fruto de su amor por aquel hombre que le había quitado el aliento con su porte, con su galantería y su fina educación. Habría dispuesto las cosas necesarias para recibirte con todas las comodidades que su holgada economía le permitía a la familia Duarte-Diez. Recreo en mi mente tu infancia, tu actitud y corrección en la escuela. El cumplimiento de tus deberes y el esmero que ponías en tus tareas. Tu comportamiento ejemplar en clases y el trato gentil con tus compañeros y esas características de líder que desde niño te distinguieron. Ya en tu adolescencia, cuando concluiste tus estudios básicos, la familia decide enviarte a Europa, pues era la firme decisión de tus padres el que fueras un hombre de una elevada formación aunque esto significara el privarse de tu compañía por un tiempo. Juan José había decidido que debías educarte lo mejor posible para que continuaras con la administración de la empresa de la familia y asegurar así el bienestar de la descendencia. Sin embargo, ese viaje a al viejo continente significó para ti la transformación de tu destino de líder empresarial a líder patrio, pues en el barco que viajabas, cuando se te requirió el pasaporte, se te llamó haitiano y se te maltrató, lo que sembró en ti el ideal de crear una patria independiente, una nacionalidad: la dominicana que hoy disfrutamos y que nos distingue frente a los demás ciudadanos del mundo. Ese incidente fue el punto que, sumado a las experiencias vividas en la parte de la isla sometida a la despiadada dominación haitiana, cerró tu compromiso contigo mismo de crear una nueva nación, libre y soberana. En el viejo continente adquiriste la más exclusiva formación y la más alta educación, al codearte con lo más elevado de la sociedad europea, no sólo en España, sino en Francia, en cuya capital Paris, asististe a las más exquisitas actividades culturales, lo que influyó de manera definitiva en tu decisión de crear una nación libre, donde los ciudadanos y ciudadanas pudiesen desarrollarse social, intelectual y culturalmente. Al regresar de tu viaje, además de asistir a tu padre en las labores de la empresa familiar, realizabas trabajos de promoción de las idas libertarias que se incubaban en tu ser y que, por fin podrías empezar a llevar a la práctica y a reclutar a aquellos jóvenes que compartían contigo las ideas de libertad que germinaron en tu mente desde que eras un niño. Fundaste “La Dramática”, una compañía de teatro, con el propósito de educar a la ciudadanía sobre la necesidad de luchar por su libertad y a través de obras teatrales comenzaste a llevar este mensaje por todo el territorio que más tarde, por tu iniciativa, se convertiría en lo que hoy es la Republica Dominicana. En tus presentaciones, las personas comenzaron a entender que era necesario cambiar la barbarie a la que eran sometidos por los invasores haitianos y liberarnos de la crueldad de aquella nación. Y la Filantrópica que se dedicaba al trabajo social. A la vez, creaste La Trinitaria, una sociedad secreta cuyo objetivo era reclutar voluntarios para liberar a los dominicanos de la dominación haitiana y de sus socios, los franceses. La estrategia consistía en que cada uno de los miembros debía traer tres más, de allí el nombre de “Trinitaria”. A los miembros de este grupo se les llamó trinitarios y los primeros fueron Francisco Sánchez del Rosario y Matías Ramón Mella y Castillo. Este grupo de jóvenes te apoyó para lograr la independencia nacional. Sánchez era un joven abogado, un hombre muy instruido y quien te admiraba por tu inteligencia y tu gran formación intelectual. Mella era un militar de carrera, quien disparó el trabucazo la noche del 27 de febrero de 1844 frente a la puerta de la misericordia. Sabes, digno patricio dominicano, creo que hoy más que nunca necesitamos imitar tu ejemplo, pues nuestro País requiere de hombres y mujeres como tú, que den lo mejor de ellos y ellas para el engrandecimiento de nuestra nación. Pues fuiste un hombre sin intereses mezquinos; muy al contrario, diste muestras de desprendimiento cuando pediste a tus hermanos y parientes que entregaran la fortuna familiar a la causa de la nación y cuando no aceptaste cargos públicos. Además, tu honestidad quedó manifiesta cuando devolviste, junto con un estricto reporte, el sobrante de los fondos que se te confiaron. Enfrentaste grupos de poder que se oponían a tus ideales independentista y sufriste el destierro de tu patria, la que fundaste con tu sacrificio, con tu fortuna personal, con tus vastos conocimientos militares, pues fuiste reclutado por la guardia nacional, donde alcanzaste el rango de coronel, conocimientos estos que te sirvieron para organizar un ejército de liberación. Sabes, me da tanta tristeza saber que moriste pobre, abandonado en Venezuela donde habías sido desterrado por aquellos que se oponían a tus propósitos de legarnos una patria libre. Ese 15 de julio de 1876 pesa en mi corazón, pues moriste lejos de tu tierra, la que tanto amaste y a la que dedicaste lo mejor de ti. Hoy, en éste bicentenario de tu nacimiento, quiero decirte que me siento orgulloso de ser dominicano, de tener una bandera, la cual diseñaste tú mismo, de poder pronunciar las palabras grandiosas que estampaste en nuestro escudo: Dios, Patria y Libertad. Al despedirme, quiero prometerte que daré lo mejor de mí mismo para el engrandecimiento de la nación que creaste con el propósito de que vivamos en Paz, para que seamos libres, felices, independientes y que viviésemos tranquilos. ¡Gracias, ilustre patriota! ¡Gracias, dominicano ejemplar, inmaculado ejemplo de dignidad, de honestidad, de entrega y de amor patrio! Con sentimientos de admiración, respeto y amor, Un dominicano. Benjamín Morillo, es comunicador, escritor, maestro y conferencista. morillo.escritor@msn.com
miércoles, 19 de febrero de 2014
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