En la medida en que crecen en cantidad e inusitabilidad los sucesos más horripilantes, en esa medida se presenta ante los seres humanos responsables en la sociedad, la imagen de una familia disfuncional e infuncional, como aquella que aparece en la época actual y que en muchos casos constituye una caricatura mal desdibujada, de la célula social por cuya construcción han luchado hombres y mujeres a lo largo de siglos, dispuestos siempre a levantar un cerco que le permita aislar para defender, a cada grupo humano de este tipo, de la presencia de un primitivismo casi bestial, no avenido a los naturales impulsos de una latente conciencia moral que impuso como derrotero el desarrollo de una persona noble, de principios y continuamente perfectible.
Esa familia, sin embargo, ha sido cercada y es atacada por sórdidas y desalentadoras expresiones de un pasado remoto, cuando todavía la conciencia moral pugnaba por levantarse de la carne para convertirse en la imagen de su Creador, una inteligencia infinitamente superior, volcada al bien.
Se evoca ese sueño porque no puede abandonarse, pues no es otro el destino del ser humano que la maduración de su persona de modo que en singular y admirable sentido escatológico se vuelva a Dios como el receptor de los talentos que recibió un valor que duplicó con trabajo y sabiduría.
Noviembre, que comienza, y que para amplios sectores es mes de la familia, no puede pasarse por alto sin que se pregone como necesidad imperiosa del resto de Abraham, la obra de enaltecimiento de este núcleo que es centro, sustancia y raíz de la sociedad, pues de no asumirse tal empeño, podría la sociedad disolverse bajo el impetuoso trabajo del mal, presente de muchas formas en individuos que en la época actual se han convertido en agentes del averno, a los fines de que el ser humano decrezca y no se ennoblezca para retornar, gracias a ello, a Dios.
sábado, 2 de noviembre de 2013
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