martes, 15 de julio de 2014

Tránsito accidentado

Los accidentes de tránsito se han convertido en una rutina trágica en el país. El problema se agrava a medida que más unidades de transporte  se incorporan a la planta vehicular, llevando el dolor y el luto a muchas familias dominicanas y también extranjeras, a pesar de tantos proyectos realizados para la modernización de la red vial tanto en las grandes ciudades como en las carreteras interurbanas. El problema, entonces, no parece ser de carácter  vial, es decir, por falta de carreteras y avenidas adecuadas. El problema es de conducta tanto de los conductores como de los órganos institucionales responsables de regular el tránsito.   
  
 Es de fácil observación como los conductores públicos y privados se resisten a respetar las leyes y señales del  tránsito. Se violan los parámetros de velocidad, las normas para conducir por los carriles correspondientes, así como las normas para rebasar. ¿Por qué se producen esas y muchas otras violaciones al marco jurídico y normativo del tránsito?
   
Esas inconductas de los dominicanos tienen que ver con el estado general en que se desenvuelve la vida de la gente y que condiciona la vocación o disposición de los dominicanos de hoy a violar las leyes y a no respetar las autoridades por la impunidad reinante. En ese contexto, el conductor se rige más bien por causales culturales  y psicológicas ordenadoras de su conducta personal. Esas causales, a su vez, provienen de un psiquismo que rechaza  la conducta estructurada y ordenada por el temor a llegar tarde y perder la oportunidad y quedarse fuera  del reparto de oportunidades. Por eso el dominicano no respeta hacer filas para recibir un servicio y para conducir adecuadamente dentro de los carriles que marcan las vías. Maneja zigzagueante para bloquear a los demás, tratando de estar delante y llegar primero.
   
Esa pauta tiene que ver también con el ejercicio del poder de acuerdo a normas arbitrarias que emergen del poder basado en la fuerza bruta y/o autoritario. Asimismo, tiene que ver con que la sociedad no les ofrece a los individuos una estructura de oportunidades que les garantice una carrera con futuro definido para el logro de propósitos y para la satisfacción de las necesidades. La incertidumbre e inseguridad en esa situación, provocan una conducta desesperada, “desandarada”,  que teme  quedarse fuera de las oportunidades, lo que lleva a violar  las reglas ordenadoras del comportamiento.  
   
Esas orientaciones psicoculturales se complementan con la debilidad institucional que se expresa en la ausencia de la autoridad y en la proliferación de órganos de tránsito que se superponen unos a otros, por lo que ninguno sirve o funciona como regulador y ordenador del tránsito. Son autoridades disfuncionales incapaces de enfrentar a los violadores del tránsito para que, mediante la coacción legítima y legal, los violadores aprendan a respetar el marco jurídico del tránsito.  
  
 Por todas esas razones los accidentes se han convertido en la primera causa de muerte en el país. Pero el problema no es vial, sino de comportamiento de conductores y funcionarios.

¡Arreglemos el tránsito, arreglando a choferes y funcionarios!     

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