lunes, 25 de noviembre de 2013

Contra la violencia contra la mujer

El día clama contra la violencia ejercida contra la mujer -sea abuela, madre, tía, hija, esposa, concubina o compañera, novia o pareja ocasional-, porque la fecha recuerda el condenable asesinato de tres hermanas cuyas abominables culpas se tipificaron en el anhelo de que los dominicanos viviesen en ambiente de plenas libertades ciudadanas y en mantener fidelidad a los esposos junto a los cuales vincularon sus vidas, hasta aquél fatídico 25 de noviembre de 1960. Junto a ellas, los monstruosos asesinos mataron también al chofer que venía sirviéndoles desde que sus esposos fueron encerrados en las cárceles, por “conspirar contra la seguridad del Estado”, es decir, por pregonar la necesidad de que existiesen libertades políticas, Rufino de la Cruz.

Patria, Minerva y María Teresa Mirabal en realidad no murieron cuando en esa fecha se perpetró ese horrendo crimen político, pues en ese día fueron, las tres, exaltadas a la gloria y colocadas en el ara de la inmortalidad.
   
 A lo largo del régimen de Rafael L. Trujillo, las persecuciones y crímenes por diferencias políticas con el gobierno, encontraron en los hombres a su presa predilecta, en parte porque destacaban los mismos en las luchas contra el aherrojamiento mantenido por Trujillo y sus colaboradores; en parte porque la mujer todavía no alcanzaba el distinguido sitial que le fue reservado desde la Creación , pero que, por razones culturales, le era negado por las sociedades.
    
Las generaciones femeninas que siguieron a la declaración de los derechos políticos de la mujer y su posibilidad de participar en forma activa en los procesos políticos, al promediar el decenio de los años cuarenta del siglo XX, lanzó a la mujer hacia las tareas de oficina; las funciones públicas, sin excluir los cargos de alto nivel, la educación en todos sus niveles, incluyendo los altos estudios; y, por supuesto, también la prolongada lucha de amplios sectores del país, por alcanzar formas de gobierno ajenas a la dictadura.

Con el ardiente deseo de legar a sus hijos una Nación con instituciones sociales y políticas diferentes, las hermanas Mirabal se asociaron a los sueños de sus esposos y cuando al descubrirse el movimiento conspirativo del cual ellos formaban parte y fueron juzgados y encarcelados, ellas levantaron las banderas de las libertades, con el mismo ímpetu con el que sus esposos convirtieron en lávaro de sus ideales, esos sueños de tener un país distinto. Por eso, pese a la ostensible vigilancia mantenida sobre ellas en la comunidad de Ojo de Agua, en San José, Provincia de Salcedo hasta hace pocos años, siguieron visitando a los esposos encarcelados, animándolos, proveyéndolos de las informaciones a las que no tenían acceso sino por los labios de ellas, y sobre todo, animándolos con el tesón que mostraban, ajenas al miedo que podían inspirar los métodos tiránicos del régimen.
    
Puerto Plata fue el último destino al que fueron enviados el Dr. Manolo Tavárez Justo y el Ing. Leandro Guzmán, con la premeditada idea de facilitar las explicaciones futuras de la muerte de dos de las abnegadas hermanas, pues ante la explicación ya concebida de que el vehículo que las transportaba se había ido por uno de los precipicios entre la ciudad Atlántica y la ciudad de Santiago de los Caballeros, pensaron los arteros asesinos que nada ni nadie podría adivinar siquiera, lo realmente acontecido. Pero las tres eran muy unidas en los sueños de una Nación distinta y las tres viajaron a Puerto Plata, pese a que únicamente dos de los esposos de ellas estaban encarcelados en la fortaleza de esa ciudad y el tercero, se encontraba en La Victoria.

Testigos de la época los hay, sin embargo, que sostienen que apenas horas después de perpetrado el asesinato de las tres inocentes víctimas y del fiel chofer, ya el país comentaba que las mismas habían sido asesinadas y que nadie creyó la explicación del despiste del vehículo hacia un precipicio.
    
Nadie puede negar ahora, que ese crimen político fue determinante en la organización del movimiento que decapitó al régimen al liquidar al propio Trujillo, en la noche del 30 de mayo de 1961; porque nadie puede negar hoy que ese reprochable hecho de sangre enervó conciencias dormidas, incluyendo hombres del derrededor de Trujillo, que entendieron que se estaba llegando demasiado lejos. Esas conciencias hicieron eclosión, despertando en ellas mismas y en otros hombres, una singular percepción que clamó por el sentido del decoro Patrio, por recobrar una salud social que venía perdiéndose y se alió a los conspiradores, por la restauración de las perdidas libertades.
   
 El crimen contra las hermanas Mirabal, unido a otros acontecimientos de todos conocidos, por consiguiente, se convirtió en el detonante que desde años antes se esperaba y con el horrendo crimen se iluminó la libertad. Hoy, además, el recuerdo de ese horrendo crimen llama al al amor y al respeto hacia la mujer, cualquiera sea el papel que juegue junto a la vida de los hombres.

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