martes, 10 de septiembre de 2013

No hay perdón

Por Nurys Rivas.--

No me explico cómo siguen abiertas, entre otras cosas me pregunto si habrá aún, alguien capaz de confesarse.
    
La Iglesia Católica ha perdido la poca credibilidad que le quedaba, creo que solo entre los propios sacerdotes, es admisible el negocio que supone la red no del catolicismo, sino de las iglesias católicas como institución supuestamente regente de la moral.
    
No me sorprende y me parece que a nadie asombra el escándalo  Wesolowski, la sorpresa es saber que este hombre hacía todo, bajo la mirada consentidora de quienes tenían la obligación de denunciar tales infamias.
    
No podemos engañarnos, esto pasa en el país y está pasando a nivel mundial, hay  sacerdotes y ministros de la iglesia católica, que han cambiado la catequesis y el ministerio, por el abuso, siendo lo peor que lo hacen a niños que quedan traumatizados.
    
No solo polacos, aunque en nuestro país, que se sepa, ya van dos de esta nacionalidad que golpean la moral de la familia, pero no solo ellos lo hacen, sino que se ha denunciado a sacerdotes dominicanos que cometen idénticos delitos.
    
El Cardenal se atreve a decir que el conflicto había sido resuelto, ¿de qué manera Cardenal? ¿A usted le parece que un simple boche del Papa, o de quien sea,  resuelve esto?
    
Yo me pregunto qué será de todos esos niños en cuyos cuerpos, estos mal llamados ministros de Dios, han desfogado sus ansias contenidas bajo sotanas manchadas de blasfemia.
    
Asco, rabia, impotencia, todo esto desatan  Alberto Wojciech, Josef Wesolowski, Juan Manuel Mota de Jesús y un sinfín de hombres que amparados tras un hábito, destruyen no solo la inocencia de los niños, sino la confianza de las personas que aún creían en ellos y digo “creían” porque quiero pensar que ya no queda nadie que les otorgue ni el beneficio de la duda.
    
Que se cierren esos “templos”, se haga un despojo de tanta maldad y suciedad y cuando abran de nuevo, se dediquen a lo que fue inicialmente la iglesia, como Jesucristo la dejó establecida, diametralmente opuesta a lo que es hoy en día.
    
Que la riqueza de que disponen los altos jerarcas de la iglesia católica, sea usada para tratar de restablecer en algo la integridad de esos niños, esto sería más digno que pedir perdón con las manos vacías, un perdón sin asidero, ya que siendo la propia iglesia quien tiene que velar por la integridad de sus feligreses, la ofensa sale precisamente de ella.
    
Sumar las cifras de los niños abusados, es alarmante, sin embargo, más grande será el estupor, si conociéramos todos los casos que quedan ocultos, bien porque los niños no cuentan nada a la familia, o los padres callan por vergüenza.   
    
No hay derecho, ni debe haber perdón, hay denuncias, indicios de lo que sucedía y nada se hacía, la pregunta es porqué el silencio sobre los abusos sexuales a menores.
    
Después del palo dao ni Dios lo quita, así que ahora la petición de perdón “seriamente y con firmeza”, es además de tardía, inadecuada, ya que firmeza debió emplear la cúpula de la iglesia para evitar que sucedieran los hechos y ya sucedidos, que viéramos al menos, el arrepentimiento y castigo, no el ocultamiento.
    
Por favor monseñores, sacerdotes, renuncien, quemen esos hábitos, antes de que una fuerza divina les obligue a asfixiarse con sus propios alzacuellos, ante tanta pederastia, violaciones sexuales,  explotación sexual de menores.
    
Es cierto que con la inversión de los valores en el mundo,  no solo en la iglesia católica suceden casos de escándalo sexual en niños y adultos, sin embargo, lo que hace más  espeluznante estos escándalos protagonizados por sacerdotes, es que la iglesia ha sido regente desde tiempos ancestrales de la moral y dueña de la confianza de la familia.
    
Por todo esto nos sentimos heridos y negamos la indulgencia a quienes son entregados unos niños para que los formen en principios cristianos y en cambio los han engañado, traicionado y abusado de ellos.
    
Dios y pensar que todo este horror, lo hacen bajo Tu nombre, además de pecado, qué vergüenza!

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