viernes, 8 de noviembre de 2013

Se necesita una revolución

Josefina AlmánzarPorJosefina Almánzar.-“Cada 20 años se necesita una revolución para mantener una República democrática” (Thomás Jefferson).

Desde que leí esta frase me sentí identificada con ella. El planteamiento aunque parezca, en principio, muy radical me llevó a reflexionar sobre  el caso de nuestra República y del tipo de democracia que hemos tenido y practicado desde la muerte del tirano, Rafael Leónidas Trujillo Molina.
    
Según Jefferson cada cierto tiempo se necesita una revolución para mantener la democracia en una República, para renovar sus cimientos.  Los pueblos son los generadores de sus cambios siempre y cuando se concientice sobre la necesidad de hacerlos para el mantenimiento de su propia existencia y razón de ser. Nosotros nos hemos sumergido en una especie de comodidad y conformismo colectivo que sólo nos lleva a quejarnos y a expresar nuestro desencanto y desánimo de manera cotidiana y de ahí no salimos, no arrancamos. Ese pesar de que todo esta malo y nadie resuelve nada se hace eterno pero qué  hacemos como pueblo. Seguimos refugiados en nuestros propios intereses y comodidades.
   
 La revolución que estoy planteando no es una revolución armada pues, quizás este tipo de acciones  traen más desgracias o tragedias que soluciones efectivas y convenientes para la nación, aunque también estoy de acuerdo en que cuando se llega a un estado de podredumbre se tienen que tomar caminos radicales y  tal parece que aquí, si no tocamos el fondo nos falta poco.
   
 Los sectores políticos, económicos y sociales  no tienen voluntad real de hacer cambios, porque hay muchos  intereses particulares envueltos que hay que proteger. Al contrario estos sectores muchas veces son los causantes de las situaciones negativas que hoy nos aquejan, enmascarados de “buenas intenciones”, en beneficio del “bien común”.
    
Pero bueno, la revolución que hoy estoy planteando es una revolución social, de conciencia que nos sacuda tan fuerte que nos haga despertar de este letargo, de este sueño eterno en que nos hemos sumergido.
    
Nosotros como buenos isleños queremos, en muchas ocasiones, vivir de espaldas al mundo y no nos interesamos en los cambios que tanto los países latinoamericanos como los europeos están viviendo en sus estructuras políticas, sociales y económicas.
    
Los pueblos en esas regiones continúan movilizándose en la reclamación de sus derechos para que se les tome en cuenta de una manera real y efectiva. Continúan encausando su camino hacia lo que quieren conseguir. Pero nosotros qué, ¿qué hacemos además de quejarnos o de apoyar con el silencio y la indiferencia las irresponsabilidades y vagabunderías de nuestros gobernantes, políticos, empresarios, profesionales, en fin la sociedad?
    
Dejemos de estar dormidos, apáticos, indiferentes, sumisos porque en verdad aunque no lo queremos ver o se estime como muy radical, necesitamos una revolución.

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