La gente está tan hastiada del lío –esto es, embrollo, enredo, confusión, desorden– en el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) que esta columna sería dichosa si algún lector de esta revista se detiene a leerla. No es para menos. Quien no es parte de la cúpula del PRD, ni militante activo o cuadro intelectual del mismo, seguro que sobrepasó su límite de tolerancia para tratar de entender el absurdo proceso de desgaste y autodestrucción de ese partido. No obstante, su sitial en el sistema político dominicano hace imposible evitar hablar sobre el que, hasta ahora, es el principal partido de oposición del país.
El último gran episodio en la sucesión de eventos políticos en la vida de ese partido fue la celebración, casi simultánea, de dos asambleas bajo el nombre del mismo organismo –el Comité Ejecutivo Nacional–, cada cual con su propia agenda, su propia dirección y su propia membresía. Una fue encabezada por el presidente de ese partido, Ing. Miguel Vargas Maldonado, quien por proyectar una imagen de disciplina, orden y racionalidad, prácticas tan notoriamente ausentes en la vida de ese partido, terminó celebrando una asamblea express, sin debate alguno y por aclamación mecánica.
La otra asamblea fue encabezada por el expresidente Hipólito Mejía, quien estuvo rodeado de los “viejos robles” de ese partido y por algunos líderes emergentes que tratan de construir precariamente su propio espacio en medio de la confrontación Mejía-Vargas Maldonado. A diferencia de la otra asamblea en la que hubo un monopolio absoluto en el uso de la palabra, en esta se pronunciaron numerosos discursos grandilocuentes en los que no fue posible descifrar un mínimo de coherencia en torno a un propósito común y una estrategia viable.
Sin duda alguna, Vargas Maldonado ha logrado controlar de manera absoluta el proceso interno del PRD dejando a sus contrarios en la disyuntiva de aceptar sus términos o formar tienda aparte. La falta de visión de estos últimos, ofuscados por sacar a Valgas Maldonado de la presidencia del partido el 19 de julio, les impidió entender que su mejor apuesta era aceptar desde un principio su calendario institucional y medir sus fuerzas en la convención de febrero de 2014. Es ahora, cuando todo está prácticamente definido, que un grupo de dirigentes parece aceptar ese curso de acción, pero no ya como estrategia propia, sino como postura defensiva para no quedar totalmente fuera del proceso interno del PRD.
Este escenario plantea serias interrogantes sobre el futuro del PRD. ¿Habrá una escisión formal de este partido? ¿Surgirá una nueva fuerza política liderada por el expresidente Mejía? ¿Lograrán los líderes emergentes el espacio que buscan dentro de su partido o quedarán subsumidos en una pugna que los trasciende? Luego de estos meses de confrontaciones absurdas y hasta violentas, ¿qué hará este partido para reclamar su legitimidad como articulador de sectores, demandas y aspiraciones? ¿En torno a cuáles principios, ideas y políticas el PRD ejercerá su labor de oposición y reclamará el derecho de gobernar?
Las respuestas a estas interrogantes no están del todo claras. El PRD busca continuamente relegitimarse a partir de glorias pasadas, pero este es un discurso auto-referencial que no interpela a las nuevas generaciones ni ofrece respuestas a los desafíos del presente y el porvenir. Y en tiempos recientes su identidad ha estado marcada principalmente por un antileonelismo obsesivo, más que por una visión propia y un proyecto alternativo creíble, lo que lo lleva con frecuencia a actuar de forma errática y contraproducente.
Difícil es descifrar si el vacío político que está dejando el PRD en la oposición será llenado por este mismo partido reestructurado por Vargas Maldonado o por alguna otra fuerza política. A favor del PRD juega su historia, su simbología, sus recursos y su aparato institucional. También le ayuda la debilidad crónica del PRSC y el desfase y la incompetencia de los llamados partidos alternativos. En su contra, en cambio, opera el hastío y la desconfianza de la gente, su división orgánica y su cada vez más notable carencia de ideas y propuestas. El tiempo dirá.
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