SANTIAGO.- Unos cuantos días y ya regresan los estudiantes a las escuelas y aunque algunos lo ven como un descanso, para otros vuelve a abrirse ese escenario donde los maestros se exponen a una que otra “palabrota” y actitud violenta de aquellos que exhiben en la escuela la formación que no reciben en la casa.
Y es que algunos centros educativos se han convertido en lugares de sobrevivencia, donde los estudiantes irrespetan a los maestros que tienen el trabajo doble de instruir a quienes llegan sin ningún tipo de formación de hogar, en su mayoría niños y jóvenes que crecieron en un ambiente de violencia, rodeados de tiros y botellazos en los barrios donde la delincuencia se exhibe en su mayor esplendor.
Una situación que por lo menos para la psicóloga clínica Hayddé Domínguez deja al descubierto la descomposición social y falta de espiritualidad en las familias donde según indicó “se le brinda demasiada importancia a la chercha, a lo fácil y se deja de lado la educación en valores”.
Asimismo la también terapeuta familiar dijo que en las familias se está dejando de lado la parte emocional, lo afectivo, y como lo indicó “esa carencia es la causa de problemas de ansiedad, agresividad, pasividad extrema, nulidad emocional, retrasos en el desarrollo, abuso o ausencia de hábitos alimentarios, obsesiones por la no presencia de límites, dificultades escolares y baja o intensa socialización para llenar el vacío existencial.
Una situación que se evidencia en las escuelas, donde los niños y jóvenes llegan sin conocer lo que es someterse a una autoridad, es el irrespeto a los maestros, quizás de la misma forma como lo hacen con sus padres.
Así lo contó la maestra que desde el barrio Pekín de esta ciudad ha tenido que someterse a insultos de estudiantes hasta de cinco años que creen tener el control de los maestros y la escuela de tal modo que pareciera una lucha de poder lo que se vive en ciertos centros educativos.
“No se trata de que el maestro no tenga autoridad, el hecho es que esos niños y adolescentes a quienes no se les pone límites en sus casas y que no respetan ni siquiera a sus padres se creen indomables… es fuerte el trabajo que tenemos los maestros en las escuelas hoy” dijo consternada la profesora que ya tiene diez años en el oficio.
Una afirmación con la que coincidieron como si se tratara de una sola voz, todos los maestros consultados para los fines de esta investigación. Tanto así que la expresión “es fuerte el trabajo en las escuelas hoy” salió a relucir en más de una ocasión sin importar la distancia en que se encontrara un centro del otro, al parecer a todos los une la misma preocupación.
Sin embargo, hay quienes afirman que aunque el problema con los estudiantes y la condición en que llegan a las escuelas es preocupante, se puede mejorar si se trabajan los alumnos de manera integral “haciendo énfasis sobre todo en el área espiritual”, es un cambio de mentalidad lo que necesitan los estudiantes que vienen de ambientes y escenarios que han marcado de manera negativa sus vidas.
Así lo expresó Ayunio Ventura, director del centro educativo Genaro Pérez, de esta ciudad, quien dijo que se niega a creer que la escuela sea un campo de batalla, aunque indicó que “si la familia cumpliera su rol, la sociedad estaría mejor fundamentada”.
Dijo que hay problemas en las familias dominicanas y que esto se evidencia en los planteles educativos donde los niños llegan con problemas y traumas que incluso interfieren en su proceso de aprendizaje.
Indicó que la escuela y la familia no pueden estar desligadas porque una se nutre de la otra y se ayudan mutuamente, “si hay problema en la familia, entonces habrá problema en la escuela... los estudiantes no dejan sus problemas familiares en la casa, sino que vienen con ellos a los centros educativos”, apuntó.
Un caso generalizado
Juan es el niño que a sus siete años se cree dueño de la escuela. Irrespeta a sus maestros y responde con una actitud burlesca cuando se le hace alusión a sus padres en señal de autoridad y es que Juan es el típico niño que llega al plantel con quizás más de un mes sin ver a sus progenitores, el niño que vive con sus abuelos, que llega con el uniforme manchado del día anterior, en fin, que no tiene a quién rendirle cuentas de su vida y menos quién rinda cuentas por él.
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