En días pasados mi hijo Francis Manuel, con apenas 9 años, me preguntó que cuál vehículo le regalaría para ir a la universidad... muy adelantado el chico... está en los niveles básicos de la educación y ya está pensando en la universidad.
Yo lo miro y él me mira... y se ríe con picardía. Con la calma que me caracteriza le dije que él iría a la universidad de la misma forma que yo lo hice y sus hermanos lo harán: en el transporte público.
Muy sorprendido, acostumbrado a que su madre lo lleve y lo traiga, me dice que no es justo porque él debe concentrarse en sus estudios.
Tremendo argumento del niño, pues ve a diario a su alrededor, ya sea en la televisión o en la vida real, como padres sobreprotectores entregan a sus hijos lo que ellos no pudieron tener en su infancia.
Mi única alternativa fue sentar a Francis y explicarle que en la vida todo debe ganarse con esfuerzo y que mi labor como madre es brindarle las herramientas, a través de guía y educación, para lograr lo que quiere y, llegado el momento, se convertirá en un hombre fuerte que podrá enfrentar todo lo que le pase y saldrá fortalecido, pues no lo convertiré en un parásito que recibe todo lo que quiere sin ganárselo. Claro, todo esto con palabras más simples para su mejor entendimiento.
Es cierto que estos tiempos no son los mismos en los que crecimos, pero poner en las manos de los chicos, como es tan común en familias modernas, un auto o todo lo que necesitan es más que un grave error.
Debemos hacerles entender desde ahora que solo con el trabajo duro se logran las cosas, dejando de criar chicos débiles que se traumatizan con todo, se deprimen con todo y se quieren suicidar por todo, porque no saben luchar.
Los padres de hoy les quitamos la capacidad de postergar la gratificación, trabajar duro y de luchar por lo que quieren... por darles demasiado. Dejemos de enseñarles a recibir sin dar nada a cambio.
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