lunes, 1 de abril de 2013
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Este lunes es un reto para los profesores de los centros escolares del sector público, pues si bien la Asociación Dominicana de Profesores, Inc. (ADP), no ha extendido el paro al cual llamó a los docentes antes de la Semana Santa, tampoco se ha producido un levantamiento formal del mismo, lo que puede dejar en un estado de confusión a los profesores; pero este diario, ante la potencial dubitación en que puedan caer, les pide el retorno a las aulas, pues deber propio del que se llama Maestro, es ofrecer lecciones de todo cuanto sabe y forma parte del programa de la asignatura que se ha puesto en sus manos.
Faltarán a sus deberes aquellos a los cuales la conciencia no los llame a preocuparse por alumnos puestos bajo su gestión como enseñantes; y esta falta es mucho más grave por cuanto no es tanto una falta ante la sociedad, los propios alumnos, los padres de esos alumnos o el Gobierno que les paga; la falta está llamada a hacer roncha en la conciencia de las personas de bien. Entre esas personas de bien, docentes que asuman que lo son.
Es probable que muchos no tengan el más mínimo remordimiento por faltar a sus compromisos docentes un día y otro; tal vez esos son los que más que Maestros, son parte de un sistema que tantas críticas recibe, justamente porque una parte de los contratados no muestra disposición a satisfacer el ansia de saber mostrada por los alumnos que acuden a las aulas. Esos son los que, sin duda, no pasarían la evaluación prevista por el Ministerio de Estado de Educación.
Todo profesor está llamado a serlo por vocación y no por los emolumentos, más o menos insatisfactorios que recibe; el monto es harina de otro costal que el profesor está llamado a reclamar sin que por ello se afecte el trasvase de conocimientos que está supuesto a transferir a los alumnos que les son encomendados. El que carece de vocación es quien se alegra cuando la ADP llama a huelgas, pues el paro le supone una tranquilidad que la entrega al servicio le niega. Se la niega, justamente, porque la ausencia de la vocación le niega contento de enseñar a quien no sabe hacerlo o, por lo menos, no quiere hacerlo.
Por eso se espera que las aulas estén abarrotadas hoy, de sus alumnos y de sus respectivos profesores y que unos y otros, de común acuerdo, tracen un camino de encuentro con el saber, en medio de la necesidad de decirle al Gobierno que ellos, los docentes, deben percibir mejor remuneración. Pero no decírselo a cambio de sacrificar a sus alumnos.
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