La parafernalia de la Semana Santa opacó la situación presentada con la pretendida prohibición a la libre expresión sobre la dictadura de Trujillo.
Es ridículo que se intente frenar toda clase de manifestación que lacere la libertad de expresión y ello abarca al trujillato del que gustemos o no, hemos vivido y es parte de nuestra historia, pretender silenciarlo, no va a borrarlo, al contrario, desataría más el deseo de hurgar en él.
Las autoridades deben girar en torno a leyes provechosas para el pueblo, lo del impedimento en este sentido sería desatar la burla con ideas desfasadas que no conducen a nada.
La dictadura de Trujillo ocurrió, eso es innegable, nada se obtiene frenando el tema, lo que debe hacerse, es introducirlo como materia en los libros de texto, enfocado de manera veraz para que las futuras generaciones de dominicanos, se enteren de aquella realidad y creen la suficiente conciencia para evitar su repetición.
Debe legislarse para que se cree esa historia oficial y verídica que explique detalladamente lo que sucedió, nada de novelas o películas parte realidad, parte ficción, que más que documentar, desvirtúan y son grandes negocios para sus creadores.
Para eso está el Ministerio de cultura o Educación, nadie como ellos para imprimir un libro que sirva a los dominicanos como manual de lo que fue la era de Trujillo, un libro autorizado por la legislación dominicana.
Existe mucha desinformación respecto a ese período, hay quienes se adjudican el honor de haber sido antitrujillistas cuando posiblemente fueron simplemente testigos como casi todos, muchos que se definen o definieron como luchadores sin haberlo sido.
Tampoco debe olvidarse que el apellido Trujillo existe aún en el país, pertenece a descendientes que ni siquiera disfrutaron del boato o gloria trujillista, pero llevan su sangre y son tan dominicanos como todos.
No defiendo a Trujillo, líbreme Dios, que nadie mal interprete estas palabras que solo buscan defender la libertad de expresión, prohibir es incentivar y la aplicación de una ley que impida la expresión libre de un pensamiento, produciría un efecto inverso, desatando una oleada de actividades que tiendan a evidenciar lo que se intenta reprimir.
Si se hiciera tal cosa, parecería una acción propia de la nefasta era, no un acto de un Estado democrático.
Es ridículo que se intente frenar toda clase de manifestación que lacere la libertad de expresión y ello abarca al trujillato del que gustemos o no, hemos vivido y es parte de nuestra historia, pretender silenciarlo, no va a borrarlo, al contrario, desataría más el deseo de hurgar en él.
Las autoridades deben girar en torno a leyes provechosas para el pueblo, lo del impedimento en este sentido sería desatar la burla con ideas desfasadas que no conducen a nada.
La dictadura de Trujillo ocurrió, eso es innegable, nada se obtiene frenando el tema, lo que debe hacerse, es introducirlo como materia en los libros de texto, enfocado de manera veraz para que las futuras generaciones de dominicanos, se enteren de aquella realidad y creen la suficiente conciencia para evitar su repetición.
Debe legislarse para que se cree esa historia oficial y verídica que explique detalladamente lo que sucedió, nada de novelas o películas parte realidad, parte ficción, que más que documentar, desvirtúan y son grandes negocios para sus creadores.
Para eso está el Ministerio de cultura o Educación, nadie como ellos para imprimir un libro que sirva a los dominicanos como manual de lo que fue la era de Trujillo, un libro autorizado por la legislación dominicana.
Existe mucha desinformación respecto a ese período, hay quienes se adjudican el honor de haber sido antitrujillistas cuando posiblemente fueron simplemente testigos como casi todos, muchos que se definen o definieron como luchadores sin haberlo sido.
Tampoco debe olvidarse que el apellido Trujillo existe aún en el país, pertenece a descendientes que ni siquiera disfrutaron del boato o gloria trujillista, pero llevan su sangre y son tan dominicanos como todos.
No defiendo a Trujillo, líbreme Dios, que nadie mal interprete estas palabras que solo buscan defender la libertad de expresión, prohibir es incentivar y la aplicación de una ley que impida la expresión libre de un pensamiento, produciría un efecto inverso, desatando una oleada de actividades que tiendan a evidenciar lo que se intenta reprimir.
Si se hiciera tal cosa, parecería una acción propia de la nefasta era, no un acto de un Estado democrático.
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