Fausto García.-
“Un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado” (José Martí)
En el último cuatrienio del año 2012, participé en una reunión, donde estuvimos presentes cerca diez profesionales, incluyendo algunos comerciantes de la plaza. Recuerdo que uno de esos hombres de negocios, muy atípico por cierto, confesó haber vivido momentos en que deseó varias veces la muerte de su padre, a quien paradójicamente, tanto amó en la postrimería de su vida y en torno al cual hizo hasta lo indecible para salvarle la vida, sin lograrlo.
Sin ser profesional de la conducta, he tenido la experiencia de hablar y escuchar varias historias desgarradoras, de hijos, a quienes les ha tocado vivir en familias que son verdaderos “infiernos” y que ciertamente cualquiera como hijo podría llegar, en un momento dado, un poco más lejos, que tan sólo desear la muerte de sus progenitores.
Esto se da en distintos aspectos de la vida familiar y cada uno de ellos tiene sus propias explicaciones, en torno a las cuales, no me interesa ni siquiera hacer ponderaciones. Hay uno, sin embargo, que me cuestiona mucho, tanto así, que a veces, me desinfla los sentidos. Me refiero al aspecto o campo económico.
No sé qué valor pueda usted darle al dinero, pero lo cierto es, que es penoso y lastimero, que hijos de padres millonarios o económicamente muy bien, aunque sean mayores o hayan formado sus propias familias -o tienda aparte como decimos- vivan tan mal, con abrumadoras estrecheces económicas, no con “el agua al cuello” como me dijo el último interlocutor, sino “bebiendo agua”, mientras sus padres se pasean por las nubes y por hasta por encima del aguacero como si fueran dioses.
Y no sólo esto, sino que tampoco les brindaron a sus hijos apoyo en los momentos que lo demandaron para iniciar o emprender algunos proyectos, que de seguro, hubieran cambiado sus suertes. Me decía mi último confidente -un hombre hecho y derecho, con su familia propia y con casi cincuenta años de edad- “yo no entiendo a papi…, no sé por qué él ha sido así con nosotros toda la vida. Tan duro con el dinero, tan ruin, tan mezquino, tan cruel… Nunca quiso apoyarme en nada. A algunos de mis amigos -que creen otras cosas- he tenido que decirles la verdad: “Soy un huérfano de padres vivos…”
¡Qué realidad tan dura para un hijo, tener que llegar a vivir y expresar conclusiones tan fuertes para su vida! En torno al dinero, su definición, manejo o administración, se han escrito muchas obras, historias, cuentos, anécdotas y fábulas. Para mí, el libro de mayor y mejor contenido en esa materia, lo es, el sagrado de los cristianos, conocido como la Biblia. No obstante, esta vez, prefiero no tomar partido y pasar incluso por alto, mis propias consideraciones al respecto, para dejar que sean los especialistas en el área, sobre todo siquiatras y sicólogos, los que nos hablen de este tipo de patología que se da mucho en la sociedad dominicana.
Encontrarse uno frente a un hijo que se desahogue en tales términos respecto de sus padres, como que nos anonada circunstancialmente la conciencia. En mi haber, sé y conozco a fondo las situaciones, de al menos cuatro casos que responden a las características del aquí relatado, y realmente, puedo decir que son situaciones difíciles y complejas.
Para terminar, se me ocurre dedicar estas últimas líneas, a esposas que por igual, han deseado que sus parejas se mueran, no porque desean recibir su parte de la comunidad matrimonial para manejarla conforme su mejor conveniencia, sino por el mismo tema de la tacañería y la asfixia económica en que sus compañeros las han mantenido siempre. La última víctima de estos buitres sin almas, con la que hablé, su esposo le compra y le lleva hasta la “sal” a su casa para que no maneje ni siquiera dinero. ¡Qué pena! Y lo peor es, -y lo he visto muchas veces- que lo que no les dan a sus esposas y madres de sus hijos, “únicas que guayan la yuca” con ellos, se lo dan en bandejas de platas a otras que no han cogido ninguna pela.
En el último cuatrienio del año 2012, participé en una reunión, donde estuvimos presentes cerca diez profesionales, incluyendo algunos comerciantes de la plaza. Recuerdo que uno de esos hombres de negocios, muy atípico por cierto, confesó haber vivido momentos en que deseó varias veces la muerte de su padre, a quien paradójicamente, tanto amó en la postrimería de su vida y en torno al cual hizo hasta lo indecible para salvarle la vida, sin lograrlo.
Sin ser profesional de la conducta, he tenido la experiencia de hablar y escuchar varias historias desgarradoras, de hijos, a quienes les ha tocado vivir en familias que son verdaderos “infiernos” y que ciertamente cualquiera como hijo podría llegar, en un momento dado, un poco más lejos, que tan sólo desear la muerte de sus progenitores.
Esto se da en distintos aspectos de la vida familiar y cada uno de ellos tiene sus propias explicaciones, en torno a las cuales, no me interesa ni siquiera hacer ponderaciones. Hay uno, sin embargo, que me cuestiona mucho, tanto así, que a veces, me desinfla los sentidos. Me refiero al aspecto o campo económico.
No sé qué valor pueda usted darle al dinero, pero lo cierto es, que es penoso y lastimero, que hijos de padres millonarios o económicamente muy bien, aunque sean mayores o hayan formado sus propias familias -o tienda aparte como decimos- vivan tan mal, con abrumadoras estrecheces económicas, no con “el agua al cuello” como me dijo el último interlocutor, sino “bebiendo agua”, mientras sus padres se pasean por las nubes y por hasta por encima del aguacero como si fueran dioses.
Y no sólo esto, sino que tampoco les brindaron a sus hijos apoyo en los momentos que lo demandaron para iniciar o emprender algunos proyectos, que de seguro, hubieran cambiado sus suertes. Me decía mi último confidente -un hombre hecho y derecho, con su familia propia y con casi cincuenta años de edad- “yo no entiendo a papi…, no sé por qué él ha sido así con nosotros toda la vida. Tan duro con el dinero, tan ruin, tan mezquino, tan cruel… Nunca quiso apoyarme en nada. A algunos de mis amigos -que creen otras cosas- he tenido que decirles la verdad: “Soy un huérfano de padres vivos…”
¡Qué realidad tan dura para un hijo, tener que llegar a vivir y expresar conclusiones tan fuertes para su vida! En torno al dinero, su definición, manejo o administración, se han escrito muchas obras, historias, cuentos, anécdotas y fábulas. Para mí, el libro de mayor y mejor contenido en esa materia, lo es, el sagrado de los cristianos, conocido como la Biblia. No obstante, esta vez, prefiero no tomar partido y pasar incluso por alto, mis propias consideraciones al respecto, para dejar que sean los especialistas en el área, sobre todo siquiatras y sicólogos, los que nos hablen de este tipo de patología que se da mucho en la sociedad dominicana.
Encontrarse uno frente a un hijo que se desahogue en tales términos respecto de sus padres, como que nos anonada circunstancialmente la conciencia. En mi haber, sé y conozco a fondo las situaciones, de al menos cuatro casos que responden a las características del aquí relatado, y realmente, puedo decir que son situaciones difíciles y complejas.
Para terminar, se me ocurre dedicar estas últimas líneas, a esposas que por igual, han deseado que sus parejas se mueran, no porque desean recibir su parte de la comunidad matrimonial para manejarla conforme su mejor conveniencia, sino por el mismo tema de la tacañería y la asfixia económica en que sus compañeros las han mantenido siempre. La última víctima de estos buitres sin almas, con la que hablé, su esposo le compra y le lleva hasta la “sal” a su casa para que no maneje ni siquiera dinero. ¡Qué pena! Y lo peor es, -y lo he visto muchas veces- que lo que no les dan a sus esposas y madres de sus hijos, “únicas que guayan la yuca” con ellos, se lo dan en bandejas de platas a otras que no han cogido ninguna pela.
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