Desde que nacemos nos encasillan, nos esquematizan. Nuestros padres nos esperan con un sistema preestablecido de lo que debe ser y no ser.
Llegamos y nos etiquetan con un nombre y apellido el cual llevaremos de por vida, nos guste o no.
Nos van marcando pautas y caminos, que quizás, con buenas intenciones, deciden qué debemos recorrer.
Crecemos y vamos perdiendo derechos o simplemente cediéndolos.
En esa pérdida y/o cesión no nos damos el derecho a sonreír, amar a plenitud. No nos damos el derecho ni la oportunidad de expresar nuestros deseos más íntimos ni nuestras emociones porque quizás esas formas de sentir no se ajustan al sistema impuesto.
Vamos cediendo el derecho a soñar con cosas que sólo pueden ser realidad si nos damos un poco más, si avanzamos más adelante con una visión clara y precisa de lo que queremos lograr. En muchas ocasiones, no nos permitimos llorar, sentirnos tristes, reclamar nuestro espacio para encontrarnos con nuestro Yo Interno y comenzar de nuevo.
Nosotros mismos nos quitamos el derecho a volar, cortamos nuestras alas. Preferimos mantenernos en bajo perfil por miedos, por temor a extender el vuelo y encontrar nuevos horizontes donde podamos explorar un mejor paisaje.
Muchas veces preferimos o elegimos olvidar que desde el mismo momento en que nacemos La Divinidad nos regala el derecho a la vida, con todas sus consecuencias, con todos sus aprendizajes pero ¡VIDA!.
Date el derecho, desde hoy a encontrar esa fórmula que es sólo tuya y decídete a vivir a entregarte por entero a las diversas manifestaciones que se te brinda en cada amanecer.
La autora es Abogada y Docente Universitaria.
viernes, 12 de abril de 2013
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