
Estas preocupaciones del alto clero encontraron eco en el Presidente Danilo Medina, quien pidió paciencia para ver los resultados del Plan Nacional de Seguridad puesto en marcha desde el año pasado, el cual según el jefe del Estado avanza positivamente, tal como lo indican los resultados que se han ido obteniendo. El mandatario agregó que: “Un país seguro y en paz es lo que quiero para todo el pueblo, pero la batalla por la seguridad no la puede llevar un Presidente solo ni un Gobierno”, concluyó el Presidente.
La posición de la Iglesia y la respuesta del Presidente dan a entender la dimensión que ha alcanzado el problema de la inseguridad ciudadana y lo difícil que es su abordaje a través de las políticas públicas. Su dificultad tiene que ver con la complejidad de los factores causales de la delincuencia, la criminalidad y la conducta delictiva, problemas que no sólo afectan a la ciudadanía común, sino que han penetrado y contaminado a las propias autoridades haciéndolas a veces cómplices y socias de la delincuencia. En ese proceso de contaminación de las autoridades ha tenido que ver mucho el comportamiento de los propios políticos, ya en el poder o fuera del poder, quienes han tomado la política como una oportunidad de hacer negocios, confundiendo las funciones públicas con sus propósitos personales y particulares orientados a ascender socialmente y a la apropiación privada de los recursos del Estado.
Perversión política
Por eso se hace más difícil encarar con efectividad los problemas que señala la Iglesia en su grito altagraciano, ya que las perversiones de los políticos desconectan al Estado de su misión de promover políticas de desarrollo, que generen oportunidades de empleos de calidad que permitan integrar y arrastrar a la población económicamente activa como fuerza de trabajo productiva, y como beneficiaria del desarrollo humano.
Si la doctrina social de la Iglesia difundida a través de los Obispos pusiera su atención en estos problemas del desarrollo humano, dichos Obispos pudieran ayudar a la Virgen de La Altagracia en su labor de mediación milagrosa.
¡Ayúdate que Dios te ayudará!
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