Con la llegada del día de mañana se cumple otro aniversario del natalicio de quien concibió la República Dominicana como país libre y soberano, temática concentrada en esas dos palabras y que no dejó de hacer suyas ni siquiera en los instantes de más grande decepción y lejanía, porque no concebía que el suelo natal pudiese tener ataduras impuestas por extranjeros que arredrasen a su pueblo o sujetaran las decisiones de sus autoridades.
En buena parte de sus escritos, fundamentalmente epistolares y poéticos, aparecen estos vocablos en el sentido de irrevocable compromiso personal que arrastró como lastre de su existencia, al extremo de hacer que perdiesen, él y su familia, la seguridad económica que heredaban de don Juan José Duarte, su padre; y que además se volviera una esperanza irrealizable, el retorno a la tierra que lo vio nacer. Volvió por supuesto, muchos años después, cuando sus restos no eran sino recuerdo del hombre empecinado que en 1838 creara la asociación patriótica de la que surgió la vida de su soñada República Dominicana.
Tal vez las frustraciones derivadas de ese empeño dominicanista en que se envolvió, eran presagio de la impotencia del país para sobreponerse constante y permanentemente a las presiones de otros pueblos, incluyendo el haitiano del cual se separó en busca de su independencia, para sostener sin amenazas, la tranquilidad a que era acreedora la nación dominicana.
Sobre República Dominicana se han cernido los traumas de sus luchas fratricidas que pusieron en peligro, más de una vez, esa independencia; la codicia de muchos de sus hijos que en procura del enriquecimiento personal, pusieron en pública subasta esa tierra libre y soberana amada por Duarte, o partes de ella; las apetencias extrañas que con este mismo objetivo juzgaron posible hollar este suelo, para conculcar la independencia alcanzada; la extorsión de potencias deseosas de eludir responsabilidades de justicia social internacional, que procuran cargar sobre los dominicanos la obligación que los atañe de contribuir al desarrollo de Haití; e increíblemente, la debilidad de más de una autoridad nacional comprometida en la defensa de la concepción de libertad y soberanía Patrias, que se confunden ante aquellas presiones extrañas, porque les resulta de mucho pesar la defensa pura y simple del objetivo duartiano.
La apoteosis pronunciada en la Santa Iglesia Catedral de Santo Domingo por Monseñor Fernando Arturo de Meriño y Ramírez al recibir los restos del Patricio Fundador llegados de Venezuela, no se repitió no porque Monseñor de Meriño no repasase sus líneas escritas para tan simbólica ocasión, ni porque otros dominicanos, después de aquellos exultantes acontecimientos no hubieren repetido esa oración póstuma, dicha ante las venerandas cenizas inhumadas en tierra dominicana, en el piso de la Catedral , sino porque no ha habido quien sostenga los sueños sin que tremolen bajo el peso de las desdichas.
Llega este otro día, recuerdo del nacimiento del apóstol de la Independencia Patria , y llega sin poder mostrar un rasgo claro y definido de apego de los políticos de estos tiempos, a los sueños de Juan Pablo Duarte y Díez, tal cual se los desdibujase a don José María Serra y éste los describiese en el ocaso de su existencia, en la tarde en que lo conquistó para acompañarlo en los empeños de volver a la tierra dominicana una tierra libre y soberana. Llega mañana ese día de recuerdo de ese nacimiento y no puede mostrarse un sueño que repita el sueño duartiano.
sábado, 25 de enero de 2014
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