jueves, 13 de septiembre de 2012

La sociedad del simulacro

por: ANDRÉS L. MATEO


Mientras leía el “Índice de competitividad global” del Foro Económico Mundial (FEM),  me asaltaron las ideas del filósofo italiano Mario Perniola, expuestas en su libro recientemente publicado, con el mismo título de este artículo,  en el cual se pretende  interpretar esta llamada época  de la posmodernidad, cuyo designio manifiesto parece ser la construcción discursiva de la  apariencia, sobre la de la esencia.
Algunas de  las ideas de Perniola constituyen tópicos del debate intelectual de nuestros días, y bastaría leerse el conjunto de libros de Zygmunt Bouman sobre “La modernidad líquida”, y hasta el reciente de Mario Vargas Llosa, “La civilización del espectáculo”, para darse cuenta  de cómo la imagen del simulacro puede sustituir la realidad,  pero sobre todo, de cómo  los signos que median en la vida social se hacen intercambiables,  y  ante el predominio del simulacro,  valen lo mismo. Mario Perniola no es un revolucionario sino un intelectual, y su libro no es un programa para la rebelión  contra algo que él mismo considera “una caracterización filosófica de su tiempo histórico”;  pero en el caso dominicano nos puede servir para entender la seducción del simulacro que ha ejercido Leonel Fernández en la sociedad dominicana de los últimos años.
Es por eso que me llegó a la memoria leyendo el “Índice de competitividad global”, en el que se confirman todas las apreciaciones ciudadanas sobre el descalabro total en que ha quedado el país, después de sus ocho años de gobierno continuo; y los grandes simulacros para aparentar lo contrario, que incluyen hasta el silencio y el miedo del actual presidente, Danilo Medina, a mencionar siquiera  la situación económica que encontró, mientras impulsa una reforma fiscal que hará pagar a todos los dominicanos  el derroche y la corrupción desbordada de los funcionarios peledeístas. 
Según el “índice de competitividad global”  la República Dominicana es el país más corrupto de la tierra, ocupando el lugar 144 de 144 países evaluados, y es líder, también, en el bajo nivel de la calidad de la educación, en el desvío de fondos públicos, en la inseguridad ciudadana, en el despilfarro gubernamental, en la confianza de la población en los políticos, en la corrupción policial, etc. Posiciones éstas que han sido reiteradas por los estudios de muchos otros organismos internacionales, y que son herencias de sus gobiernos. 
Y si agregamos la situación económica que dejó ese “Príncipe del simulacro”, que es Leonel Fernández; con un déficit fiscal que llegará a 120 mil millones de pesos, y una deuda  externa que duplica la de toda la historia republicana junta (25 mil millones de dólares), más el nivel de  la corrupción que disponía de cerca del 13% del PIB; entonces se puede entender por qué el   ex presidente Fernández anda por los foros internacionales dando conferencias y recomendaciones para resolver los grandes problemas de la humanidad, como si él fuera un modelo adecuado,  mientras el país concreto que  gobernó se hunde en el desguañangue  económico y moral que dejó su gestión.
Es un simulacro, una sustitución de la realidad.  Quienes lean “La sociedad del simulacro” podrán entender que en el mundo de hoy se ha superado la distinción entre verdad y engaño, y que personajes como Leonel Fernández  encarnan la “desconcertante situación histórica en la que nos hallamos”, como si la verdad estuviera desconectada de la realidad, y cualquier canalla, cínico y mentiroso, pudiera representar  todo lo que de insoportable hay en la mentira, sin que ocurra nada, sin que aquel espíritu inspirado y falso se someta a las consecuencias.
Leonel Fernández triplicó la deuda en ocho años, mantuvo nominillas de más de 18 mil militantes del PLD, impuso cinco reformas fiscales, recaudó sumas inconmensurables de impuestos, dejó expandir la corrupción como un elemento de cohesión alrededor de su liderazgo, gastó millonadas de dólares en viajes para alimentar su egolatría, nombró a cuantos alabarderos se les rendían a sus pies,  y terminó desvencijando el país. Y ahora ni siquiera lo mencionan, quienes nos quieren hacer pagar el estropicio, mientras él construye el simulacro de que es un “líder mundial”, un ejemplo, un oráculo del Delfo. ¡Oh, Dios, si éste fuera un país!
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