Esa familia, sin embargo, ha sido cercada y es atacada por sórdidas y desalentadoras expresiones de un pasado remoto, cuando todavía la conciencia moral pugnaba por levantarse de la carne para convertirse en la imagen de su Creador, una inteligencia infinitamente superior, volcada al bien.
Se evoca ese sueño porque no puede abandonarse, pues no es otro el destino del ser humano que la maduración de su persona de modo que en singular y admirable sentido escatológico se vuelva a Dios como el receptor de los talentos que recibió un valor que duplicó con trabajo y sabiduría.
Noviembre, que comienza, y que para amplios sectores es mes de la familia, no puede pasarse por alto sin que se pregone como necesidad imperiosa del resto de Abraham, la obra de enaltecimiento de este núcleo que es centro, sustancia y raíz de la sociedad, pues de no asumirse tal empeño, podría la sociedad disolverse bajo el impetuoso trabajo del mal, presente de muchas formas en individuos que en la época actual se han convertido en agentes del averno, a los fines de que el ser humano decrezca y no se ennoblezca para retornar, gracias a ello, a Dios.
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