sábado, 2 de noviembre de 2013

Una oración por los muertos

Seducidas por las formas, muchas personas acuden hoy a los cementerios a colocar sobre las tumbas en las cuales se cumple el principio de la materia de que nada desaparece y todo se transforma, unas flores y unos cirios encendidos, luego de que en días cercanos a esta fecha se hubieren limpiado o pintado los túmulos y se hubiese hermoseado el lugar.
    
Con ello se afianza una costumbre destinada a honrar la memoria de aquellos que a éstas o a anteriores generaciones dieron esperanzas de un mañana mejor, al laborar en una hora y otra, hasta cumplir el desconocido término de la vida en este mundo. 
     
Esta tradición es buena, pues enlaza y ata generaciones de las personas que cumplieron un periplo que ninguno de los vivos o de los fallecidos pudo elegir, aunque cumplieron y agotan sin desmayos con la esperanza de verse con aquel que insufló un hálito de sí mismo sobre el barro, volviendo carne lo que no era más que ese polvo de la tierra al cual se retorna conforme el dictamen bíblico, transcrito por el hagiógrafo.
     
Pero es en la oración a Dios, el Omnipresente pero desconocido creador, en donde está el secreto, porque el retorno de ese hálito a quien lo insufló es un acto de fe por supuesto, pero también una incuestionable manera de advertir la presencia de Él en su eternidad.
     
Orar a Dios por las almas de aquellos que han precedido en esa visión escatológica a quienes acuden a los cementerios en este día, es la mejor manera de honrarlos.
 

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