viernes, 26 de julio de 2013

Un día en el campamento del Padre R. Dubert

Josefina Almánzar-.

Un domingo del verano del 2008, a  las 8:30A.M recibí una de esas llamadas que han sido catalogadas  por mí como parte de las “diosidencias”, era la llamada de mi amiga Fifi para que juntas dedicáramos ese domingo  a visitar el campamento del Padre Dubert en la loma de Bao, Jánico. De inmediato acepté su invitación, pues, se me abría además una puerta para salir del calor agobiante de la ciudad.
    
A la hora pautada salimos hacia allá. Como siempre, Fifi y yo aventureras al fin con el sólo hecho de andar en carreteras donde los paisajes que nos acompañan son montañas, naturaleza en todo su esplendor, gente que nos saluda desde las carreteras, burros que encontramos parqueados a la vera del camino, rayos de sol que nos salen al encuentro, riachuelos que se nos cruzan de vez en vez,  ya con eso estamos agradecidas por el viaje y por el estilo de vida que hemos integrado.
    
Nunca había visitado ese lugar ni estos campamentos aunque mi amiga siempre me los mencionaba pues, ahí formó parte de su personalidad en su edad adolescente.  Al llegar al lugar sentí que llegaba a un sitio sagrado, a un templo donde la naturaleza era la protagonista y una vez más nos abría las puertas para darnos la bienvenida.
    
Casitas con techos de colores nos esperaban con acogida, ventanas pintadas de arcoíris nos recordaban la alegría con la que debemos vivir la vida.  Los pinos danzaban al ritmo de la brisa acariciante y sobre todo el río Bao arrullador, bordeando el campamento arrastrando y llevándose con el  todas  nuestras penas, dudas, temores y entregándonos al mismo tiempo esperanzas cristalinas para un mejor porvenir. 
    
Allí también nos recibieron la entrega, el servicio, la solidaridad desinteresadas de las personas que han continuado la misión del padre Dubert:  Yira Pichardo, el padre Chepe, Andrea (Itta), Milagros y muchos duendes y hadas más.  Cada uno en lo suyo, entregándose, dándose en un amor desinteresado que al mismo tiempo recibe la recompensa de la misión y el deber cumplido.
    
La brisa fresca bañaba nuestros rostros mientras esperábamos debajo de los árboles, luego de haber degustado una rica comida hecha por las manos de Maritza a los niños y a las niñas que iniciaban su campamento ese día.  Niños y niñas que quizás por primera vez desde que llegaron a formar parte de este planeta, iban a ser recibidos y tratados con amor.  Quizás, por primera vez, se abría ante ellos y ellas la puerta de la ilusión, la solidaridad, del servicio, de la alegría, de la esperanza.
    
La comunidad de preadolescentes que ese día llegaría a bañarse en el río era muy especial.  Quienes iban a correr por la pradera, a integrar valores positivos  como son: el respecto, la comunicación y el amor como lema de ese año en el campamento, era un grupo intercultural.  Esa vez  como una forma de fomentar la interrelación con los migrantes, los y las campamentistas eran de nacionalidad haitiana en su mayoría y dominicana.
    
Niños y niñas con la edad en  la que danzamos con la vida, a ellos y a ellas les ha tocado trabajar por la vida. En  esta ocasión las hadas y los duendes del Universo abrieron un espacio para que puedan experimentar otra parte de la vida que a ellos y a ellos por razones imposibles de entender se les ha negado.

Rostros con expresiones de asombro, de curiosidad llegaron al campamento, corazones en busca de amor, solidaridad, comprensión saltaban dentro de sus pechos.
    
Rostros esperanzados, brillantes salieron 4 días después. Corazones fortalecidos para enfrentar al mundo, llenos de amor están de vuelta a la vida.

Eso hacen las almas grandes, ayudar a que las otras se encuentren consigo mismas, a llenarse de esperanzas, de nuevas ilusiones por la vida, a descubrirle los tesoros que llevan por dentro, a llenar sus mochilas con herramientas de respecto, comunicación, solidaridad, servicio, amor por la vida en todos los sentidos.
    
 Así se señaló el camino y así lo hizo el Padre R. Dubert  para que cuando él ya no estuviera en este plano físico los demás caminantes pudieran seguir las huellas y seguir recorriendo los caminos entregando amor a través del servicio.
Adelante caminantes. 

La autora es Abogada y Docente Universitaria

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