lunes, 29 de julio de 2013

Pérdida de influencia


Su Santidad, el Papa Francisco reservó para su encuentro con tres cuartas partes de los miembros de la Conferencia del Episcopado brasileño, un enardecido mensaje destinado a resaltar la pérdida de fieles por parte del catolicismo cristiano que en algunos países no se encuentra en registros estadísticos, cual es el caso de República Dominicana, pero que en otros está bajo registro actualizado. Este registro constante se lleva a cabo en los Estados Unidos del Brasil, anfitriones de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), que ha movilizado a miles de jóvenes de todo el continente para su encuentro con el Pontífice.
     
El Papa Francisco fue severo con los Obispos brasileños que asistieron al encuentro y es probable que tenga razones para entender que la Iglesia, en esta tierra de promesas, ha sido débil para enfrentar los retos de la modernidad, un tiempo del Mundo y de la Humanidad que no solamente es distinguible por los sorprendentes avances tecnológicos, sino también por los radicales cambios de costumbres, incluyendo la fractura del compromiso individual al respeto a lo social.
    
Tal vez, en esta última proposición puede encontrarse buena parte de la responsabilidad por la pérdida de feligreses por parte del catolicismo cristiano a manos de otras expresiones separadas del cristianismo, a veces de muy reciente aparición; pero también en esta fractura del compromiso individual de respeto a lo social se hallan otras pérdidas no ya para las manifestaciones de la fe, sino para tradicionales expresiones unitarias de vida humana como la conformación de la familia o la adopción y consolidación de valores sociales destinados a elevar el peso de la conciencia moral y, por consiguiente, a conseguir la madurez de la persona humana.     
     
 Parte de esa pérdida tal vez pueda visualizarse a través de la incapacidad de los creyentes para cumplir el mandato de Jesús, de ir por todo el mundo predicando la buena nueva; de hecho, aunque el catolicismo cristiano se encuentra en etapas de involucrar a muchos de sus fieles en esta tarea, nadie podrá negar que se exhibe una secular timidez que otras expresiones separadas del cristianismo consiguieron dejar atrás desde la reforma o en etapas más recientes de su desempeño.
       
De hecho, algunas de esas expresiones de fe surgidas en territorio norteamericano a lo largo del siglo XIX, fueron desde sus raíces, proclives a formas de proselitismo más dinámicas, prácticas o abiertas que las del catolicismo cristiano que, enroscado en su misma fortaleza, quizá se juzgó inmune a los avances de estos llamados de ir a Dios por caminos diferentes.

La cuestión ahora no estriba en cuál expresión de la fe puede juzgarse vinculada a Jesús con más sanidad o con más santidad; la cuestión estriba ahora en darse cuenta de que el mundo Occidental confronta una lucha callada pero terrible, como es la de aquellos que rompieron con el antiguo plan individual de respeto a las expresiones de lo social, que se hicieron patentes y visibles ante los miles y miles de peregrinos en suelo brasileño, en donde esas rupturas no vacilaron en abrirse camino frente a los fieles con descarada desvergüenza, ajenos al freno del escándalo que en el ayer contuvo conductas similares, avergonzadas de esa individualidad.

El enardecimiento de la fe tiene que mostrarse por los nuevos caminos de la modernidad a los que tal vez no aludió el Papa Francisco, pero que toca este diario, en la creencia de que por estas rutas se encuentran también explicaciones a la dejadez de los creyentes de estas épocas.
 

 

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