viernes, 16 de noviembre de 2012

Un café con Vargas Llosa

 POR MAGNOLIA KASSE


No soy la más fiel admiradora de Mario Vargas Llosa. Reconozco que es un laureado escritor peruano ganador del Premio Nobel de Literatura 2010, galardón que recientemente definió en su conversación con Rosanna Rivera para la revista Ritmo Social como “una semana de cuento de hadas y un año de pesadillas”. Ciertamente, Vargas Llosa ha comentado varias veces sobre su reacción de sorpresa al recibir la llamada que le notificaba ganador del Nobel y hasta su incredulidad ante tal noticia. Eso si lo admiro del escritor.
Es un hombre que a sus 76 años ha vivido lo suficiente como para evitar las simulaciones y permitirse exponer sus criterios con claridad, aunque ocasionalmente nos haga soñar gracias a sus letras, regularmente su pluma la usa para subrayar criticamente los multiples talones de Aquiles latinoamericanos.
Mario Vargas Llosa no le teme a dudar, a sorprenderse y a denunciar.
Esas son capacidades que deberiamos mantener latentes todos los seres humanos, pero sobre todo, los periodistas activos profesionalmente.
Una de las respuestas más destacadas desde mi punto de vista, durante la entrevista publicada hace una semana en Ritmo Social es la siguiente: “Escribir no es sentarse unas horas, no, escribir es una vida entera, dedicada y consagrada a esa vocación, a ese trabajo, un trabajo que aprovecha justamente con pulso de la vida una persona.” En mi humilde experiencia periodística, yo agregaría a estas impecables palabras de Vargas Llosa, que escribir es un sacerdocio y como tal, con respeto y real compromiso, debe asumirse y plasmarse procurando dejar siempre una huella en quienes leen tus letras y memorizan tu firma de autor. Esa es la realidad que deberiamos asumir los periodistas.
Si tuviera la oportunidad de tomar un café negrito como tanto me gustan con don Mario Vargas Llosa, muy probablemente lo felicitaría más que por sus exitosos libros publicados y los tantos reconocimientos que ha recibido, porque a pesar de los años mantiene como prioridad número uno de vida su pensamiento realista y liberal, algo que no se vende ni se compra.

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