martes, 29 de octubre de 2013

Lo lamentable del fallo

El fallo histórico del Tribunal Constitucional ha creado tal revuelo, que el país ahora está concentrado en un debate que divide en dos bandos la opinión pública: los supuestamente anti haitianos y los pro haitianos. El debate recrea dos viejas concepciones del poder que aglutinan a los dos bandos que la historia identifica como los “liberales” y los “conservadores”. 
    
Los primeros arrancan con un nacionalismo y un patriotismo que levantan como ideales de  la  República democrática los preceptos de la soberanía, la libertad, la justicia y la fraternidad. Son los liberales duartianos. Los otros son los que no tuvieron confianza en una República independiente y en su afán por el poder persiguieron a los duartianos, imponiendo el paradigma del poder autoritario, muchas veces tiránico, fáctico y arbitrario negador de todo derecho humano y por tanto esencialmente antidemocrático y antipatriótico, anexionista de la República al poder extranjero, aunque sus crímenes y  despotitismo lo ejecutaron siempre en nombre de la Patria y la República justificándose en la conciencia falsa del “progreso”, el “orden” y la “paz”.
    
El fallo del TC ha actualizado esa vieja contrariedad, donde los que se auto perciben como patriotas y nacionalistas, “los conservadores”, obviando las violaciones a los principios globalmente aceptados en materia de los derechos humanos fundamentales garantizados incluso por la misma Constitución de la República, acusan y señalan a “los liberales” de esta época como antipatrióticos y agentes de intereses extranjeros supuestamente interesados en fundir la isla para así resolver el problema migratorio de Haití.
    
Lo lamentable de ese debate es que la discusión se ha centrado en el segmento de la población víctima del fallo, dominicanos de origen haitiano, comunidad que se fue formando por la irresponsabilidad precisamente de los gobernantes de corte “conservador” que han sido los de mayor continuidad en el ejercicio del poder político. La confrontación está llegando a niveles pasionales e irracionales, cuya emotividad repele toda posibilidad de encarar el problema con racionalidad y con capacidad de discernimiento. Las expresiones descompuestas entre uno y otro bando sólo sirven para encender la controversia y embrutecer la inteligencia humana.
    
De esa forma emotiva se impide ver el hecho de que victimizar a los dominicanos de descendencia haitiana no toca ni resuelve el problema migratorio que supuestamente se pretende resolver. ¿Qué se plantea hacer con el millón y medio de haitianos ilegales que la económica dominicana ha integrado en agricultura, en la construcción y en turismo? ¿Se ha pensado en el necesario control de frontera, en la regulación migratoria y en el consecuente plan de repatriación masiva? ¿No se tienen esos componentes definidos? Entonces estamos  frente a una acción que no sólo es antihumana, violadora de derechos, incivilizada y bruta, sino sobre todo estamos frente a una acción irracional e ineficaz, que no se conecta con el propósito de controlar la inmigración descontrolada.   
    
Esas lamentables falencias del fallo, sólo sirven para mantener vivo el debate entre “conservadores” y “liberales”, cuya lucha histórica ha impedido la emancipación y desarrollo de la Patria Dominicana.

¡Lamentable brutalidad!

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