Actualmente se predica mucho sobre la llamada "doctrina o teología de la prosperidad", y muchísimas gentes han quedado confusos y desilusionados. Las palabras "riquezas", "bienes", "prosperidad" y "abundancia" tienen una gran diversidad de significados.
Muchos piensan que todos esos vocablos se refieren a posesiones y riquezas; o sea, a una persona materialmente rica. Un individuo próspero no necesariamente tiene que ser un acaudalado con grandes sumas de dinero en el banco, poseedor de muchas propiedades, de la alta sociedad e influyente.
La palabra "próspero" tiene una connotación de salud integral, éxito y triunfo en las Escrituras. Ser próspero y tener abundancia es tener lo suficiente para vivir bien y contar con algo más para compartirlo con otros.
“No te afanes en hacerte rico”, dice Proverbios 23:4-5. Una clara amonestación en contra de hacer de las riquezas materiales el objetivo principal de la vida. El dios de muchos es el dinero, y por él son capaces de hacer cualquier locura.
A Gayo, el creyente fiel, le escribió Juan lo siguiente: "Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma" (3 Juan 2). Esta prosperidad abarca las necesidades del hombre en su triada de Espíritu, Alma y Cuerpo.
El amor al dinero distorsiona por completo la visión de la vida y conduce a acciones pecaminosas y a un distanciamiento de Dios. En la Biblia se amonesta fuertemente contra el hacer de la acumulación de riquezas material el objetivo primordial del corazón (Deuteronomio 8:13, 14; Salmo 62:10; 1 Timoteo 6:9, Mateo 6:21).
En la parábola del sembrador es la historia de un hombre que dejó a Dios fuera de su vida (Mateo 19:23, Marcos 4:19). Si le hubieran preguntado si creía en Dios, probablemente habría dicho que sí. El no era un ateo teórico sino práctico. Era rico en las cosas del mundo, pero pobre en las cosas de Dios. Sus graneros estaban llenos, pero tenía vacía el alma.
Ahora que estamos evangelizando en el sector Los Jardines mediante encuesta, un alto porcentaje de la gente responde que cree en Dios, lee la Biblia y asiste a la iglesia.
Sin embargo, una mirada más cuidadosa nos revela que muchos llamados cristianos son como el rico insensato. Teóricamente creen en Dios, pero no le creen en la práctica, no imitan a Cristo, y con sus hechos lo niegan miles de veces.
Muchos creyentes lo son solamente de palabra. No hay en ellos una sumisión completa a la voluntad de Dios. En la práctica viven también como el rico de la parábola.
Una fe válida requiere un rendimiento total a Cristo, reflejado en nuestra manera de pensar y de actuar. Debe haber un cambio radical en nuestras actitudes, motivaciones y prioridades en la vida.
Lejos de enfatizar la importancia de la riqueza, la Biblia nos advierte acerca de buscarla. Como creyentes, (1 Timoteo 3:3), debemos librarnos de idolatrar al dinero (Hebreos 13:5).
El amor al dinero conduce a toda clase de maldad (1 Timoteo 6:10). Jesús advirtió, “Mirad, guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee." (Lucas 12:15).
En agudo contraste al énfasis de la Palabra de Fe, (enseñanza común entre muchos telepredicadores de esta doctrina), sobre ganar dinero y posesiones en esta vida, Jesús dijo “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan.” (Mateo 6:19).
La irreconciliable contradicción entre la enseñanza del evangelio de la prosperidad y el evangelio de nuestro Señor Jesucristo, está bien sintetizada en las palabras de Jesús en Mateo 6:24, “No podéis servir a Dios y a las riquezas.”
No hay nada malo en que una persona sea rica. El problema surge cuando se deja de buscar primeramente el reino de Dios ( Mateo 6:33) y la ambición por el dinero se convierte en una obsesión y una prioridad para el individuo. Esta es la idolatría de hoy.
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