lunes, 17 de junio de 2013
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La Policía Nacional no debe dejar piedra sin remover al perseguir al asesino nato que mató al joven ingeniero Ezequiel Minaya, pues una de las versiones que recogieron medios de comunicación social respecto de tal homicidio, revela la actuación de un criminal sin conciencia, pero también la comisión de un acto destinado a desacreditar el Programa de Seguridad Ciudadana implementado por el Gobierno Dominicano bajo la responsabilidad directa del Ministerio de Estado de Interior y Policía, la Policía Nacional y la cooperación de las Fuerzas Armadas.
Relatos recogidos en el sector del ensanche Quisqueya de Santo Domingo en donde se cometió este asesinato, revelan que el joven fue detenido por los dos bandidos mientras dirigía trabajos de reconstrucción en el local de una ferretería situada en la intersección de la avenida Gustavo Mejía Ricart y calle Fernando Arturo Defilló. Uno de los malvados bajó de la motocicleta saltamontes en que se trasladaban, le reclamó que le diese todo cuanto de valor tuviese y la víctima optó por levantar las manos en actitud de rendición. Al ser revisado, se le despojó de algunas de sus posesiones, pero, quien manejaba la motocicleta, que sin duda es la persona sobre quien descansa el propósito de desacreditar el Programa de Seguridad Ciudadana, mostró inconformidad con lo obtenido y le ordenó a su ayudante que volviera a revisarlo, pues creía que portaba un arma de fuego. Acto seguido el joven intentó esgrimir esa arma, pero el asesino disparó sobre la frente del ingeniero Minaya, sin que a la víctima le diera tiempo de sacar el arma. Por supuesto, entre las pertenencias de Minaya también se llevaron el arma de fuego.
¿Por qué este diario llega a esta conclusión?
Se impone partir de la seguridad con la cual actuaron estos atracadores en una esquina que de noche y de día está llena de gentes, conforme los relatos obtenidos en la intersección. Pudieron atracarlo y continuar camino. Pero quien manejaba la motocicleta, vió la actitud del asaltado y en vez de huir, como hubiere sido lo procedente, decidió dispararle.
No hay que estar diplomado en una academia de detectives para darse cuenta que el objetivo no era el robo mediante un atraco puro y simple. De haber sido un robo, habrían procurado una esquina de menor concurrencia de personas.
Conforme este razonamiento, cabe señalar que la mente macabra que concibió este crimen entendió que los robos son ya comunes y corrientes y la sociedad no sería estremecida porque a un joven ingeniero le robasen la cartera, un celular y sus documentos personales, de manera que, aún después de haberle quitado aquello de valor que portaba, esa mente perversa pide a su cómplice que lo revise de nuevo, prolonga la presencia de ambos en la concurrida esquina y es, entonces, cuando le dispara a la frente.
Ambos, el asesino y su cómplice, mostraron gran serenidad en un lugar siempre lleno de gentes, como si más que un robo, estuviesen cumpliendo una misión determinada por un cerebro que anda tras un objetivo distinto al atraco.
La Policía , por consiguiente, está llamada a tratar este caso como una agresión contra el Programa de Seguridad Ciudadana y perseguir a los asesinos del joven ingeniero Minaya, como integrantes de una trama destinada a desacreditar la lucha de las autoridades contra ese crimen que campea sobre el país con la seguridad con la cual actuaron los victimarios del joven profesional asesinado.
DEL CATORCE AL DIECINUEVE
Junio debió ser para Rafael L. Trujillo y su régimen dictatorial, un trago muy amargo, pues el diecinueve de junio de 1949 penetró por Luperón el grupo de dominicanos conocidos como integrantes de la invasión de Luperón, y diez años más tarde, un día catorce, llegó a Constanza otro grupo que si bien fueron vencidos por el fuerte ejército que alentaba la dictadura, sembró en la conciencia de muchos sectores de la población, la idea de que ya era necesario aniquilar un régimen que no por añoso, sino por sanguinario y antidemocrático, debía tener término cercano.
Unos días después de la sorpresiva invasión de Constanza, entre el veintiuno y el veintitrés, llegaron fuerzas complementarias, también entrenadas para formar parte de esa heroica jornada, que por vía marítima entraron por Maimón y Estero Hondo, en la costa norte, y aunque también vencidos, dejaron en las recónditas ansias de libertad del pueblo, esa sensación que entonces abrió camino al movimiento conspirativo que más tarde como movimiento político, y en honor de estas víctimas de las acciones de 1959, se llamó Catorce de Junio.
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