martes, 19 de marzo de 2013

Ante la designación de un nuevo Papa



Es una verdad irrefutable que a toda la humanidad le preocupa el fenómeno de la guerra lo que hace posible que todos los seres humanos que sientan ese problema se unan para conjurarlo. 

Pero así como el problema de la guerra llama la atención de todo el mundo, hay otros problemas que afectan a determinados sectores de la sociedad y que varían conforme el sistema social que predomine.

Esa preocupación por los distintos problemas es lo que hace que personas con criterios ideológicos opuestos se unan en tareas concretas con el fin de buscarle solución. 
    
En esta época es una realidad para comunistas y no comunistas, católicos y no católicos, creyentes y no creyentes: el hambre, la miseria, insalubridad, el analfabetismo, ect. También es una realidad la necesidad de luchar por la independencia nacional y contra los monopolios, por la reforma agraria y contra el latifundio, por las libertades públicas y por las reivindicaciones de las masas trabajadoras y otras conquistas de más amplio contenido social y político.
Los hombres sensatos que comprenden los problemas sociales no han descuidado plantear las diferencias ideológicas. 
    
Luís Corvalán, quien fuera Secretario General del Partido Comunista Chileno, dijo el 16 de junio de 1963: “La reacción internacional aprovechando hasta ayer los anatemas anticomunistas contenidos en las encíclicas papales, que buscaban aislar a los  comunistas, pero en la práctica sólo consiguieron debilitar las fuerzas de los católicos en los movimientos populares.” 
    
“La encíclica Pacem in Terris, removió esos obstáculos. Naturalmente subsisten en ella las distancias ideológicas; más aún, se reafirma la disposición del Vaticano a defender el sistema capitalista en sus fundamentos mismos; pero se promueve una colaboración de católicos y no católicos, sin exclusiones, en favor de la causa más noble y esencial,  cuál es la defensa de la paz. Deja abierta, también la puerta para esta colaboración por otros objetivos de mayor trascendencia humana, entre los cuales puede y debe figurar, en nuestro caso, remover los obstáculos para una vigorosa renovación democrática.” 
    
Luís Corvalán, expuso claramente el criterio de los comunistas chilenos y de todos los hombres y mujeres que militaban en su partido, y tanto es así que en el XII Congreso Nacional del Partido Comunista Chileno, volvió a tocar el tema de la religión y la posición de su partido: “Respecto a la religión debemos decir, una vez más que el comunismo es, como doctrina científica, ateo, pero al mismo tiempo profundamente respetuoso de todas las creencias religiosas.” 
    
La idea de los comunistas chilenos con respecto a la religión y el criterio que tienen sobre las relaciones con los católicos, es una demostración de que comunistas y católico pueden y deben luchar unidos para la solución de problemas económicos, políticos y sociales. Los principios que mantienen los comunistas con respecto a la religión responden a la esencia misma de su concepción sobre la vida, el mundo y la historia.
    
La historia de la Iglesia Católica, desde el punto de vista de sus relaciones con las organizaciones comunistas, puede decirse que cobra impulso en el año 1958. Hasta esa fecha los comunistas se preocupaban por la unidad con los creyentes y no creyentes, pero los católicos no manifestaban su posición, a nivel de autoridad suprema, para la realización de tareas comunes con los comunistas.

VI.- EL PAPA JUAN XXIII.

En la historia de la Iglesia Católica hay un hombre que hizo cambiar la época política y social de esa institución religiosa. Ese hombre fue Juan XXIII. Sé que tú sabes de la obra de ese gran Papa, pero quiero exponerte, por medio de la presente, algunos conceptos relacionados con el gran transformador de la Iglesia Católica.
    
En la tarde del 28 de octubre de 1958, después de diez escrutinios nulos, fue elegido sucesor del Papa Pacelli, el cardenal de 77 años Angelo Giuseppe Roncalli, que asumió el nombre de Juan XXIII.
    
La esencia clasista de Juan XXIII tiene íntima relación con su actuación; su comportamiento responde a su origen de clase. Hijo de campesinos pobres había nacido en la católica provincia de Bérgamo, en la zona prealpina, al norte de Italia, Milán. En su juventud, y bajo la protección de su obispo, había participado en una de las primeras batallas sociales del catolicismo italiano apoyando una huelga de 50 días sostenida por 800 obreros de una fábrica de Ranica en defensa de sus derechos sindicales. 
    
Este ardor social del joven Roncalli no fue naturalmente del agrado del Vaticano. No obstante, unos años más tarde, sería incluido en los cuadros de la diplomacia pontificia e iniciará entre las dos guerras mundiales, una experiencia lejos de Roma -en Grecia, Bulgaria y Turquía- en contacto con poblaciones que, predominantemente, no eran católicas y que se veían obligadas a vivir en unas condiciones de extrema indigencia, empeñadas, por ende en agudos conflictos sociales.
    
A fines de 1944 fue trasladado urgentemente a Paris, para reemplazar al nuncio Valeri, comprometido con Petain. Aquí, en los años sucesivos, había de ser testigo, hasta su traslado a Venecia, del drama de los curas obreros y de la despiadada represión ordenada desde Roma contra el ala progresista del catolicismo francés.
   
 Juan XXIII demostró desde un principio que estaba dispuesto a cambiar la imagen que hasta esa época se tenía de la Iglesia Católica y que la ligaba con los intereses más retardatarios. Una prueba de su actuación lo constituyó el paso dado en las encíclicas Mater et Magistra y Pacem in Terris. 

VII.- LAS ENCICLICAS.

Mi amigo Freddy, cada organización humana tiene documentos que recogen el sentir de sus miembros, los lineamientos generales y los principios y normas que regulan su vida institucional. Por tanto, Freddy, creo procedente hacerte algunas precisiones de las encíclicas. Veamos.  
    
Cada encíclica manifiesta en sí el criterio de la iglesia en una determinada época. 
    
La encíclica Rerum Novarum, publicada en 1891, cuando no existía ningún país socialista, se refiere al socialismo en sentido general, como “una solución falsa que empeoraría la situación de los obreros”  La enciclíca Quadragésimo Anne, publicada en 1931, cuando ya existe la Unión Soviética, distingue entre “socialismo” (reformista) y “comunismo”; de éste dice que “enseña y pretende por todos los medios, aún los más violentos, la lucha encarnizada de clases y la desaparición completa de la propiedad privada”; frente a él, en realidad, ensalza el socialismo reformista. La enciclíca Divini Redemptoris, de Pío XI, 1937, época del Frente Popular en Francia y de la guerra civil en España, hace referencia explícita y condena el “comunismo ateo”. 
    
Pío XII, cuando se refería a este tema especificaba “comunismo materialista y ateo al objeto de diferenciarlo de “socialismo” (reformista). La Mater et Magistra, de Juan XXIII, no fue una enciclíca tan decididamente condenatoria del comunismo, representó algo así como el comienzo de una fase de transición. Y la Pacem in Terris no solo no es condenatoria, sino que abre un nuevo horizonte de “colaboración católica respecto al socialismo como régimen social, al comunismo como movimiento histórico humano” 
    
La encíclica Mater y Magistra se considera como un documento prolijo, elaborado por muchas personas, sustancialmente ecléctico, preocupado por adecuar en diversos detalles las posiciones católicas a las nuevas exigencias y todavía amarrado a las viejas pilastras del interclasismo y de la tradicional polémica antisocialista.
    
Pero en él ya se hace caso omiso del reconocimiento ampliamente otorgado por el Papa Tatti (Pío XI) al sindicalismo obligatorio (el corporativismo) y a las medidas represivas y terroristas adoptadas por los régimenes fascistas contra las luchas económicas de los trabajadores y contra las huelgas. 
    
La Pacem in Terris, por el contrario, es una enciclíca que marca el punto determinante de la Iglesia Católica en lo que a contenido social se refiere y ha sido hasta hoy el documento de mayor contenido económico, político y social emitido por la Iglesia como institución.
    
Se ha sostenido que Pacem in Terris,  principalmente en la parte quinta, la iglesia abandonando su tradicional criterio sobre la paz y la convivencia humana hace un análisis profundo de la realidad concreta de hoy para llegar a conclusiones que reconocen en la legitimidad de las nuevas y grandes experiencias sociales de pueblos enteros y en la justeza de las aspiraciones a la emancipación de las clases trabajadoras y de los pueblos aún oprimidos, la única base posible de una verdadera paz duradera y real.
    
De hecho, la Pacem in Terris es ante todo el documento de un pontífice conocedor del catolicismo y que, midiendo el peligroso abismo entre su iglesia y la realidad del mundo de hoy, abismo que mina de raíz la vitalidad misma de la Iglesia, busca honestamente el camino para volver a encontrar el hombre, el hombre de nuestro tiempo, protagonista y artífice de esa realidad. 
    
Trata de definir la situación efectiva de ese hombre, de comprender sus orientaciones, sus aspiraciones e intereses esenciales, se esfuerza por comprender, valorándolo objetivamente, el áspero camino recorrido casi siempre al margen de la influencia de las normas ideológicas del catolicismo, a menudo en abierta contradicción con su organización práctica, asociada a fuerzas que por todos los medios han obstaculizado el pleno desarrollo de una realidad social.
    
Juan XXIII resume en tres grandes fenómenos las características que prevalecen en el mundo de hoy: el ascenso económico-social de las clases trabajadores que de reivindicaciones elementales de orden económico pasan a exigir plenos derechos políticos y la participación de los bienes de la cultura; la incorporación de la mujer a la vida social, hecho que subvierte uno de los sectores decisivos que hacen del catolicismo, en algunos países, un fenómeno de masas; la afirmación de nuevas comunidades de pueblos libres con la recusación absoluta de la vieja contraclasificación en pueblos dominantes y pueblos dominados.

VIII.- EL CONCILIO VATICANO II.
 
Mi amigo Freddy, Juan XXIII demostró también su alta comprensión de los problemas de la humanidad al convocar el Concilio Vaticano II. Este concilio, convocado a comienzos de 1959, puso en evidencia, en opinión de algunos teóricos ligados al catolicismo, tres posiciones dentro de la Iglesia Católica: a los conservadores, que consideraban intangibles-aparte de algunos retoques- la orientación de fondo y la estructura de la Iglesia romana, tal como ha venido definiéndose desde la contrarreforma, y sobre todo desde el Concilio Vaticano I (1869-1870) hasta el papado de Pacelli; los moderados, que buscaban el compromiso sobre la base de adecuaciones y retoques que modernicen en el plano formal sin tocar a los núcleos esenciales derivados de la tradición, y, finalmente , los innovadores, que consideran necesario un esfuerzo crítico y auto-crítico suficiente que aligere el catolicismo de todo cuanto parece más anacrónico y estridente en contraste con la sociedad humana de nuestros días, en vías de rápida transformación por impulso de los grandes cambios sociales, técnicos y culturales.
    
Al inaugurarse el Concilio Vaticano II el número de prelados con derecho a participar en él era de más de dos mil, de ellos 853 de países  Europeos, 290 países asiáticos, 273 de países de Africa, 325 de Norteamérica, 465 de América Central y del Sur y 63 de Oceanía.
    
El grupo más fuerte en absoluto era el de Italia (385); seguido por los norteamericanos, 196; brasileños, 58; mexicanos, 52; argentinos, 50; congoleses, 44; colombianos, 43; filipinos, 40; ingleses, 39, etc. 
    
El documento más importante del Concilio II es el “esquema 13” o Este documento, ha sido severamente censurado: lo han considerado “oscuro” ambiguo, superficial, indigno del Concilio. En la fase final del Concilio este documento fue el epicentro del debate.
    
El nuevo esquema consta de un proemio y de tres partes. La primera parte,”Característica de la situación humana hoy”, corresponde en cierta medida a algunos anunciados contenidos en el proemio del viejo proyecto (los considerados signos de los tiempos). En la segunda parte “La Iglesia y la condición del hombre”, se examina, entre otras cosas.  En la tercera parte, dedicada a las tareas de los cristianos en nuestra época, se divide en cinco puntos: dignidad del matrimonio y de la familia; la elevación de la cultura en este mundo; la vida económica y social; la vida política, y, por último la comunidad internacional y la paz. 
    
Sobre este último punto, a propósito de la exigencia de condena absoluta de la guerra atómica, química y biológica, se estableció un debate significativo. “Una amenaza de destrucción gravita hoy sobre la humanidad, dijo Máximo IV, patriarca de Antioquia y quien llegó a ser cardenal. 
    
Se habla con frecuencia de la guerra justa, más ¿qué motivos pueden legitimar moralmente una destrucción que equivaldría a un cataclismo mundial? ¿Es lícito acaso destruir una civilización y a pueblos enteros bajo el pretexto de defenderlos? Del concilio -concluyó- deberá emanar una declaración clara, solemne, en la que se condene toda guerra nuclear, química y bacteriológica. Esta propuesta provocó la inmediata reacción del obispo auxiliar de Washington que defendió la posibilidad y la licitud de conflictos con empleo de armas atómicas de pequeño radio de acción, fácilmente controlables. Es sintomático que incluso algunos periodistas norteamericanos y periódicos han considerado este discurso más bien “Como manifestación del pensamiento del Pentágono que como concepción digna de un pastor de almas.

IX.- LOS COMUNISTAS ESPAÑOLES.

Freddy, doy continuación al desarrollo del gran impulso que le dio Juan XXIII a la Iglesia Católica durante su gestión. 
   
 Fue determinante el papel desempeñado por el Papa Juan XXIII al frente de la Iglesia Católica. Sus ideas sirvieron para que comunistas y o católicos en todo el mundo buscaran un acercamiento sincero en base a principios y cada uno manteniendo su concepción ideológica. Las ideas reflejadas en Pacem in Terris calaron en distintas personalidades ligadas al catolicismo e incluso hasta los más altos dignatarios. También los partidos comunistas, en los distintos continentes, reafirmaron su posición de luchar unidos con los católicos llevando a la práctica la idea externada por Lenin con respecto a la característica de la lucha por el socialismo en cada país.
    
En víspera de la Revolución de Octubre Lenin escribió estas líneas que cuadran perfectamente para orientar la alianza de los creyentes y no creyentes y que demuestra lo propio de cada movimiento socialista conforme la realidad objetiva de los respectivos pueblos: “Todas las naciones llegarán al socialismo, esto es inevitable, pero todas llegarán de modo diferente; cada una aportará su originalidad en tal o cual forma de la democracia, en tal o cual variedad de la dictadura del proletariado, en tal o cual ritmo en las transformaciones sociales de los diversos aspectos de la vida social. No hay nada más mísero desde el punto de vista teórico y más ridículo desde el punto de vista práctico que, en nombre del materialismo histórico, imaginarse el futuro en este sentido de un solo color grisáceo. Eso sería una mamarrachada y nada más”.

CONTINUARA

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