lunes, 18 de marzo de 2013


Una de las primeras rupturas conocidas en la historia de la Iglesia Católica romana tuvo lugar durante el papado de Aviñón en el periodo comprendido entre el 1309 y 1377, en cuyo lapso de tiempo hubo siete papas, iniciándose con Clemente V y terminando con Gregorio XI en 1378.         

Todos estos residieron en Aviñón, actualmente Francia. Fue Gregorio XI quien mudó la residencia papal a Roma. Aquí sobrevino como resultado (1374-1417) la discordia entre los cardenales franceses que eran considerados sumisos a la política de Felipe IV y, quienes, desde luego, se oponían al Papa Urbano VI; esta fragmentación dio origen a la instauración en Aviñón de Clemente VII como el primer antipapa, hecho que se conoció como el “Gran cisma de Occidente”.
   
 El 7 de abril de 1378 tuvo lugar en Roma un consistorio para elegir un nuevo pontífice, toda vez a que el pueblo se oponía a que el Papa residiera en Aviñón. Surgieron desórdenes callejeros por todas partes para evitar que los cardenales se marcharan de Roma. Así fue como a medida que iban llegando los cardenales le gritaba: “Lo queremos romano, romano, o al menos italiano”. Con la presencia de 16 cardenales de 22, el arzobispo de Bari, cardenal pedro de Luna, fue elegido Papa a Bartolomeo de Prignano, quien adoptó el nombre de Urbano VI.
   
 A resultado del Cisma de Occidente, Juan XXIII, quien provenía de la curia romana surgió como el tercer antipapa de la Iglesia Católica (1410-1416); este papado duró seis años y fue más bien conocido por su vida mundana y por su codicia que por su religiosidad. Debo de consignar aquí, que había dos papas, uno en Aviñón y otro en Roma. Siguiendo la trayectoria de Juan XXIII, en 1409 durante el Concilio de Pisa se eligió Papa a Alejandro V, ordenándose la destitución de los dos papas existentes. Empero, al fracasar este propósito, la iglesia fue regida consecutivamente por tres papas, a saber: Gregorio, que era Romano, Benedicto XIII, de Aviñón y, desde luego, Alejandro V. A Alejandro le sucedió en trono de San Pedro, Martín V.
    
Luego se produjo otra división en la cúpula de la Iglesia. Ya hubo un cisma de grandes proporciones en tiempo de la Reforma en los inicios del siglo XVI que trascendió en todo el mundo cristiano. En ese periodo los arzobispos habían logrado acumular un poder político compacto y vigoroso y los prelados vivían como si fueran príncipes. En Alemania aparecieron grandes protestas bajo la presunción de que sus finanzas estaba siendo enviada a Roma.  Fue precisamente durante el reinado de Francisco I, rey de Francia (1515-1547), apodado “El Magnífico” que el papado comenzó a perder fuerza y, por orden de consecuencia, la Iglesia como institución cayó en dificultades insondables.
    
Debido, al parecer, a una lucha voraz por lograr riqueza material no pocos sacerdotes se distrajeron de sus responsabilidades religiosas a cambio de vivir un estilo de vida caracterizada por el boato y el gozo mundanal. Hubo una propagación del sectarismo que trajo reprobaciones acerbas a su doctrina y al culto de la Iglesia. El rey Francisco I, también conocido como “El padre y Restaurador de las Letras” fue coronado rey en la catedral de Reims, un 25 de enero de 1515; este rey luchaba por dos cosas: expandir su poder sobre el clero que exhibía una inmensa fortuna y restarle derechos al papado.
    
También se habló en aquel momento con gran enfado de que a traves de los pagos de indulgencia el infractor podía emanciparse de las penas de penitencia. Estas corruptelas trajeron a la arena en 1517 al fraile agustino Martín Lutero quien produjo importantes consideraciones condenando los abusos que se cometían en la “venta de indulgencias”. Lutero planteaba, a diferencia del criterio tenido por la Iglesia, que “toda salvación del alma era dada por Dios y no requería de los sacramentos, de las ceremonias de la Iglesia ni del sacerdote”.
    
La Iglesia Católica explicaba, en cambio, que la salvación del hombre es a través de la fe y de las buenas obras  que se logra. En este punto se abrió una discusión entre la Iglesia y el teólogo católico de origen alemán basada en la Sagradas Escrituras. Lutero enfatizaba, que la Iglesia cristiana debía volver a sus orígenes de la enseñanza de la Biblia y, al mismo tiempo, favorecía su reestructuración en Europa; esta oposición de Lutero dio lugar al surgimiento de una nueva doctrina de la Iglesia que nunca fue aceptada, trayendo como resultado la excomunión de Lutero por el Papa León X bajo la presunción de practicar la herejía. 
    
Lutero, en cambio, presentó un escrito de oposición contrario al planteamiento elevado por el profesor de teología Silvestre Mazolini, quien denunció que Lutero se contraponía a la autoridad del Sumo Pontífice al mostrarse en desacuerdo con una de sus bulas o dispensas. Lutero presentó una tesis interesantísima sobre la esclavitud del hombre al pecado y la gracia divina. ¿En qué se sustentaba Lutero en su exposición? Veamos: éste dudaba del poder absoluto y de la autoridad del Papa, debido a que las doctrinas de “Tesorería de la Iglesia y la “Tesorería de los Méritos”, que reforzaban la doctrina y práctica de las indulgencias, se amparaban en la Constitución Apostólica del Papa Clemente VI.
    
Las acaloradas discusiones teológicas entre protestantes y católicos llevaron a un pacto religioso de paz que se celebró en Augsburgo en 1555, en el que se acordaba lo siguiente: “que cada príncipe podía elegir entre el catolicismo y el luteranismo y que los súbditos debían seguir la religión de su príncipe”. En un próximo trabajo trataré el tema de la contrarreforma promovida por el papado de Pío IV de 1560 hasta el fin de la Guerra de los Treinta Años hasta 1649 y, sobre todo, sobre cuáles eran los objetivos de la Iglesia Católica.

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